Qué feo es ver los pleitos por cuestiones de dinero, y peor cuando esos pleitos se hacen públicos. Sin embargo cuando se trata entre familias millonarias, el morbo vuelve más escandaloso el espectáculo porque casi siempre se trata de personas con cierta fama por su alto nivel social o por su profesión.
Por eso los mexicanos no hemos podido sustraernos a las noticias que rodean tres pleitos entre familias archimillonarias, no solamente porque las cantidades que se manejan en los litigios, llaman la atención del más apático, sino también porque están involucrados un reconocido periodista de Televisa, una empresaria súper poderosa, un matrimonio de Guadalajara de altos vuelos en los negocios y una madre de familia regiomontana y sus hijos.
Horrible, desde luego, es todo agarrón en privado o a la luz de los medios masivos. Pero que sea llevado ante el tribunal de la opinión pública uno que supuestamente representa a ésta, ya es para cruzarnos de brazos y decir: ¿Qué está pasando aquí?
Nos referimos a Joaquín López Dóriga que conduce el principal noticiero a nivel nacional y que en la TV mexicana goza del mayor rating. Su esposa Teresa Adriana Pérez Romo es acusada de tratar de sobornar con cinco millones de dólares (¡una bicoca!) a María Asunción Aramburuzabala, heredera del emporio de Grupo Modelo y accionista de Grupo Televisa hasta 2006, para que no le clausuren las autoridades del Distrito Federal el edificio que construye en el exclusivo Polanco.
Ahí vive, al lado de donde construye Aramburuzabala, Joaquín López Dóriga y su esposa. Son dueños de un espacio bien acondicionado en una de las zonas de mayor plusvalía inmobiliaria en la ciudad de México. Y nada tiene de malo que sean millonarios por su trabajo, pero al oponerse la señora Pérez Romo a que ahí, al lado, construya la empresaria, ha saltado el tufo de corrupción no solamente por tratar de extorsionarla con cinco millones de dólares sino por la cauda de noticias que han hecho ver la fortuna que López Dóriga ha amasado al amparo del gobierno federal que le ha premiado su docilidad informativa con varios contratos para su agencia publicitaria que, por cierto, maneja su mujer.
Este escándalo lo ha exhibido como un logrón de su imagen en Televisa y ha puesto en el tapete sus bienes archimillonarios sospechosamente conseguidos por la vía de la que es acusada su esposa: la extorsión y el influyentismo. Desafortunadamente ha salido perdiendo, no sólo en el litigio con la empresaria, sino con los que admiran su carrera periodística sin imaginar lo que ésta oculta en sus los larguísmos años de trayectoria. ¡Lástima, Margarito!…
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