Hay millonarios, con abundancia de dinero y de bienes materiales que como quiera merecen el calificativo de “pobrecitos”. Porque ésta es una palabra del pueblo que denota conmiseración, no por falta de recursos monetarios sino por la imagen que proyectan en su conducta o por ser víctimas de la manipulación y engaño de los que pululan en su entorno.
La gente dice con cierta consideración “pobrecito” cuando escucha que alguien sufre la infidelidad de su pareja. Es decir no es posible ver que a alguien le ponen “los cuernos” y no sentir lástima, aunque se trate de un potentado y viva en un palacio de lujo.
La misma expresión de “pobrecito” brota espontáneamente del corazón al referirse a una persona que pasa por una pena descomunal, o sufre un duelo por cualquier pérdida o alguna injusticia lo derrumba en su vida cotidiana.
Por eso el “pobrecito” le queda que ni pintado a nuestro Presidente Enrique Peña Nieto, así trate de demostrar un triunfalismo mayúsculo por el supuesto éxito de las reformas estructurales y así se muestre muy seguro de que México se está moviendo en la dirección deseada.
El pópulo lo reprueba en cada encuesta que va a dar al escritorio del Primer Mandatario simple y sencillamente porque los beneficios, por ejemplo, de la Reforma Hacendaria no llegan a los bolsillos de los trabajadores a quienes su poder adquisitivo se les está volviendo polvo, poco a poco.
En otras palabras la microeconomía camina muy mal. Y no es posible que el dinero que Hacienda le quita a los mexicanos, vía impuestos perrunos, haga que Luis Videgaray clame que la recaudación va viento en popa, e ignore el clamor de empresarios y grupos de comerciantes que ya no hallan la puerta con la rendición de cuentas en forma electrónica.
Sí, sí es muy bueno para el gobierno llenar las arcas de millones de pesos. Sí, sí es un fin primordial de Hacienda evitar los fraudes y evasión de impuestos. Pero es criminal que los causantes cautivos no veamos un buen impacto de esa recaudación en la canasta básica y en cambio sufrimos el alza de precios y la falta de efectivo para comprar lo que antes era algo común.
No nos consuela el anuncio de que el plan presupuestal que presentará Luis Videgaray el 10 de septiembre contempla para el 2015 que no habrá nuevos impuestos, si ya sabemos que esa medida tiene un fin electorero porque para mitad de año el PRI quiere volver a sus tiempos de “carro completo” y con esa propuesta de aparente protección a los trabajadores es parte del populismo acostumbrado en época de comicios.
Por eso no le queda a Peña Nieto andar ufanándose y recurriendo al dispendio de dinero para promocionar su imagen de estadista moderno. En el exterior es factible la sinceridad de los aplausos por sus reformas estructurales. Y en México no hay duda de que nos sienta bien un cambio de fondo. Pero lo que es un hecho es que ese cambio esté funcionando a favor de las mayorías.
El poco avance económico de México y los raquíticos salarios de los obreros, más el número excesivo de pobres, traen a muchos con el ceño fruncido y arriscando las narices. Por eso cuando les preguntan si aprueba a Peña Nieto, con una actitud agria simplemente exclaman “pobrecito” y le ponen una tacha.
“Pobrecito” por creerse lo que le dicen sus corifeos y los lambiscones del poder que le ocultan la realidad del enojo de los que claman por un salario real y de los que están inconformes por no ser escuchados por Hacienda para modificar sus fórmulas engorrosas para cobrar impuestos o por negarse a atender los señalamientos de corrupción en su entorno.
Pobrecito de Peña Nieto, tan cerca de los aduladores, pero tan lejos del pueblo-pueblo.