La vida es tan corta que hasta el espectáculo de la política nacional se convierte en una oportunidad para intentar reflexiones serias.
]Así me lo recuerda la temporada de especulaciones para adivinar quién ocupará próximamente la silla presidencial, ejercicio que en el sexenio “distinto a los anteriores” este “deporte nacional” sigue fiel a su larga tradición.
El destape de las corcholatas morenistas y la debacle de los partidos del pasado dan pie para compartir aquí dos intentos de reflexiones: una superficial relacionada con la “oposición” y otra seria sobre el perdón.
Primeramente observo, una vez más en mi vida, la eficacia de la estrategia de comunicación política consistente en contrastarse con el adversario para destacar las fortalezas propias, mediante la realización de actos que el opositor sea incapaz de replicar.
El interés en el proceso de selección de la persona que abandere el partido en el poder, parece ya inalcanzable para las anquilosadas franquicias de “oposición”, no sólo exhibidas por el primero como de reacción tardía —en amplio sentido—, sino también como entes ajenos a las necesidades de los electores, a quienes se conforman con ofrecer diatribas contra quienes los gobiernan, en lugar de propuestas para mejorar las condiciones de vida en el país.
Mientras Morena inicia la semana acaparando la agenda mediática con rumbo al 2024, al confirmar los nombres de sus pre candidatos —cuya recordación en la opinión pública está consolidada desde hace mucho tiempo—, así como el método para su selección final, los restos del PRI, PAN y PRD, integrantes de la alianza opositora “Va por México”, provocan ternura o lástima tras establecer el 26 de junio como “fecha límite” para informar cuál será su forma para elegir a su representante para contender por la Presidencia de la República.
Sin embargo, en ese espectáculo mediático aparece una vertiente que a partir de la derrota de la “oposición” antes de iniciar siquiera el juego electoral, apunta hacia un tema verdaderamente serio.
Si al final de mis días mi razón se hiciera pedazos al estrellarse contra la existencia del Paraíso y ahí me fuera pedida la palabra clave para ingresar, no dudaría en decir “perdón”.
Y si la sorpresa más grande de mi vida y muerte proviniera del encuentro con la realidad del Infierno, aceptaría mi estancia en este lugar para repetir eternamente ese término, sabedor de la ignorancia o soberbia que tantas veces me hizo omitirlo.
Pedir perdón es reconocer a la imperfección como parte irrenunciable de la naturaleza humana y manifestar el deseo del hombre para ser mejor.
Resulta, además, muestra de humildad, es decir, del entendimiento de la dimensión real del ser humano frente al espacio y tiempo de magnitudes quizá infinitas.
Excluir del vocabulario el término “perdón” delata la ausencia del más elemental saber de lo humano o la existencia de la mayor altivez, ambos factores ajenos al hombre inteligente y, más aún, al líder con autoridad moral para encabezar cambios en su sociedad.
Quien acepta cometer un error no solamente admite lo innegable que es tener la misma esencia de sus semejantes, sino también muestra poseer un mínimo de vergüenza o sentido del honor.
¿Cómo suponer entonces que quienes aparecen hoy como propietarios de los partidos de “Va por México” merezcan respeto y votos, cuando ni su discurso de regreso al pasado ni de resultados electorales balbucea la palabra “perdón”? Evadir la parte de responsabilidad que les corresponde en el México de hoy y pedir el sufragio sin antes hacer al menos un acto de contrición, parece una broma tétrica.
Quienes en una carrera se ven rebasados y en vez de redoblar esfuerzos mantienen lento el paso, asumiendo que el cronómetro obedece a sus deseos, no solamente están destinados a perder, sino a pasar a la historia como faltos de vergüenza y traidores a sus principios.
Tales bocetos de reflexiones me conducen al recuerdo del relato que hacía mi papá sobre una encuesta que contestó poco antes de los comicios de 2018, que bien podría ejemplificar el pensamiento de algunos mexicanos con miras al 2024.
Al ser cuestionado sobre el candidato por el que votaría, respondió enfático: “Por Andrés Manuel López Obrador”.
Su respuesta firme llevó al encuestador a realizarle una nueva pregunta: “¿Es usted morenista?”.
“¡No, pero ya no quiero que roben los mismos!”, contestó.
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