Cuando dos ejércitos se enfrentan con fuerzas iguales, sus probabilidades de ganar son las mismas (50%). Si la relación de fuerzas cambia, las probabilidades aumentan para uno y disminuyen para el otro. Para tener la seguridad de ganar (probabilidades superiores a 90%), hay que tener varias veces la fuerza contraria. Y esto es insuficiente en los conflictos de baja intensidad: si el enemigo pega y corre en ataques inesperados, eludiendo el combate abierto. Para ganar una guerra de este tipo, hacen falta fuerzas decenas de veces superiores; y aun así es imposible acabar con los últimos combatientes, que pueden sobrevivir en lugares remotos indefinidamente (David Gallula, Conterinsurgency warfare). Todo lo que cabe esperar es que se desanimen y se rindan, o se vayan a otro país, o se dediquen a otra cosa.
En la práctica, esto quiere decir que los terroristas, guerrilleros, narcos, secuestradores y otras bandas criminales no pueden ser sometidos, ni pueden someter al Estado, por la simple fuerza de las armas. La victoria es finalmente psicológica: ver quién desanima a quién.
Ya Clausewitz decía que “Las actividades de la guerra nunca se dirigen solamente contra la materia. Siempre y al mismo tiempo se dirigen contra la fuerza moral que da vida a esa materia” (De la guerra). El estado de ánimo, el sentimiento de superioridad, la confianza en los jefes y en la propia causa, el apoyo popular, son algo así como “fuerzas morales” que refuerzan o debilitan la fuerza armada. De ahí la importancia de desanimar al enemigo: es como desarmarlo. Lo cual es válido para ambas partes. Una banda criminal puede convencerse de que no tiene futuro, o puede convencer al Estado de que no tiene más remedio que consentir zonas o sectores al margen de la ley.
Con la aparición de la prensa gráfica, el cine y la televisión, las imágenes se volvieron decisivas para las “fuerzas morales”. Clausewitz llamó “teatro de las operaciones” al espacio geográfico de las batallas, y todavía hoy se habla de “teatros de guerra”; pero ese teatro se volvió espectáculo con la llegada de las cámaras. El ejemplo más conocido son las fotos (evidentemente posadas) de guerrilleros que supuestamente acechan, listos para combatir. O las fotos de Marcos, con su pasamontañas, pipa y cananas de cartuchos gordos, que no corresponden a su arma, pero son vistosas y fotografiables. Villa tomaba en cuenta las necesidades de los noticieros de cine. Retrasó algún combate para facilitar el trabajo de las cámaras, y rehízo (con simulacros) tomas que no salieron bien. Así también la policía produce la escenificación de un rescate ya efectuado, para que salga en televisión.
El terrorismo de la antigüedad saqueaba, incendiaba y arrasaba poblaciones enteras: producía espectáculos para desanimar. Los revolucionarios del siglo xix dijeron que un acto terrorista puede hacer más propaganda que mil panfletos. Los publicistas del xx añadieron que una imagen dice más que mil palabras. Hoy, gracias a las cámaras, la violencia visible tiene más eficacia que nunca. El terrorismo es un proceso de producción editorial de actos espectaculares para ser fotografiados y difundir el mensaje: ¡Desanímense!
¿Cuál es la ventaja de degollar a un muerto y arrojar su cabeza a los fotógrafos? Ninguna, si se considera únicamente la capacidad de fuego. Una baja no se convierte en dos por el degüello. Pero si se trata de desanimar, desmoralizar, aterrorizar, la ventaja es obvia. Se aprovecha el cadáver para producir un comercial que todos van a ver, y ni siquiera hay que pagar a las televisoras y periódicos. Lo sacan gratis en primera plana.
Las dictaduras no permiten que se publiquen las victorias y mensajes de sus enemigos: únicamente los mensajes triunfales del Estado; que ocultan, naturalmente, los abusos del ejército y la policía. ¿Qué hacer en una democracia? Hay quienes justifican la opacidad de los buenos, para no estorbar su lucha contra los malos. Pero la falta de transparencia facilita que los buenos se vuelvan malos, ya sea porque los infiltren o los sobornen, o porque la práctica del poder impune corrompe hasta a los ángeles.
Tampoco se deben ocultar las bajas y bajezas que produce el enemigo. Pero la información no tiene por qué ser visual. Ningún medio que se respete aceptaría dinero de los criminales para hacerles propaganda, y es igualmente inaceptable hacerla gratis. Los narcos, los secuestradores, los mercaderes de la prostitución infantil, los que asesinan, ponen bombas o destruyen oleoductos para llamar la atención a favor de sus negocios, o de sus buenas causas, no tiene derecho a difundir sus comerciales.
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