Vine al pueblo a ver a mi madre. Le prometí que iría a verla y así lo hice. En esta semana que pasa, con un frío que cala hasta los huesos, llegamos a visitarla para acompañarla unos días.
La Rosa María le hizo todos sus gustos: le cocinó espagueti con crema y champiñones, cortadillo con papa y zanahoria, caldo de verduras con pollo y hasta arroz con leche, de ese que lleva piloncillo, canela en trozo y pasitas.
Mi madre cumplió 92 años el 10 de enero. No pudimos verla porque ella estuvo mormada, se quejó que el fin de año se resfrío en un festejo con algunos nietos e hijos, como dando a entender que se pudo enfermar de algún contagio. No era Covid, porque vinieron a hacerle una prueba y gracias a Dios salió negativa.
Yo estaba en la casa en Reynosa con resfriado, no me había enfermado en dos años, no estoy seguro si me dio la mentada variante ómnicron, del maldito Coronavirus que muchas tragedias ha dejado en México. No creo que se cure con frotaditas en el pecho de Vick VapoRub como dijo nuestro querido presidente Andrés Manuel, cuando se contagió por segunda vez de Covid. Qué ocurrencias.
Por cierto que la compañía del medicamento le agradeció su comentario, porque ayudó a elevar las ventas del legendario Vick, para los que tienen cogestionado su pechito.
Les decía que decidimos no venir en enero a Monterrey porque me sentía con algo de gripa, además porque tenía clases en la border, que aunque no son cien por ciento presenciales, tenemos que ir a la Universidad para checar la entrada y salida del salón, verificar que los alumnos acudan por zoom en estos tiempos de pandemia y hasta entregar un reporte diario de los conectados, que no siempre encienden sus cámaras desde sus casas.
En estos días de febrero la temperatura fue congelante, con sensación térmica de menos dos grados en algunos días y mi madre se quejaba todo el tiempo de lo frío que estaba su cuarto. Tiene varias colchas en su cama, tantas que una vez resbaló y dice que estuvo un rato tirada sin poder levantarse. Yo sé lo que se siente no poder ponerse de pie, porque el cuerpo no te responde.
A su edad ella ya camina lento, se mueve con una andador por la casa y solita lleva a la lavadora su ropa que se moja. Le da mucha pena vivir esa condición, así que le pone algo extra de jabón líquido para que no huela mal, vean el proceso de primero recoger sus pañales de tela, para que se laven bien, que después se enjuaguen muy bien, para al final colgarlos en el tendedero.
En este invierno alguien tiene que llevarlos a la secadora a un segundo piso, donde vive Lety, su hija, quien ha sido su compañía durante estos últimos veinte años.
Mi madre está lúcida, se acuerda de los tiempos mejores, cuando estaba llena de seis chilpayates, que los acomodaba en escalerita: Lety la mayor, Chuy, Laura, Ricardo, Pepe y Lacho, todos tan diferentes, pero al fin hermanos, convivieron en el bullicio de las piñatas, donde daban una bolsa de celofán rojo llena de dulces mexicanos y cacahuates. Las fiestas de los 5 años de cada hijo eran memorables, en un salón de fiestas y con muchos invitados. A mi hermano Lacho “El Coyotito”, como lo llamaba mi padre de cariño, fue el payaso Pipo y el profesor Pilocho, esa la hicieron en la casa de Escobedo 309 norte, casi esquina con Espinosa.
En la casa de don Chuy, él siempre llegaba a la una de la tarde para comer algo acalorado, mencionaba en ocasiones “es un infierno allá fuera”, refiriéndose a los calorones que había en la calle cerca de los 38 grados y que llegaba después de haber trabajado desde las cinco de la mañana en la venta de pan en La Superior, en Guerrero y Ruperto Martínez.
Pero con los años mi madre se quedó sola y tuvo que aprender a organizarse, ya no estaba su compañero de vida y había que sacar adelante a la familia. Lo malo de volverse viejo(a) es que se pierde el movimiento de las piernas, dice que le duele todo el cuerpo, ya no oye ni ve bien, aunque es independiente porque sola va a tomarse una ducha, de agua caliente.
En esta semana una reparación por el pasillo del patio de la casa fue indispensable para seguir abasteciendo del vital líquido, tan escaso en estos días en Monterrey.
Son las cuatro de la mañana y mientras escribo estas líneas se sienta en su cama para ordenar su ropa, saca la plancha para secar alguna de su ropa y calentar su cama. Me preocupa que ocurra un accidente, porque a sus años un descuido puede ser lamentable.
En esta semana que la pasamos con mi querida madre, platicamos con ella largo y tendido, le gusta peinarse su pelo cano, sentirse acompañada y resolver sus pendientes, “las cosas están muy caras”, dice. También sabe encender la tele, aunque a veces el control se aloca y no se puede cambiar de canal. Le gusta ver programas tipo “Laura en América”.
– Mamá, esos programas les pagan a la gente, para que llore.
– Y qué importa. A mí me divierte.
La vida pasa y ella dice que en otros años los tiempos fueron mejores.