Desde que el ser humano pisó la tierra, su curiosidad lo obligó a elevar los ojos al cielo y encontrar respuestas a sus primeras preguntas trascendentes. ¿Quién soy yo? ¿Para qué sirvo yo? ¿Quién me creó? ¿Para qué estoy aquí? ¿Cómo nació todo lo que me rodea? Y ese éxtasis desembocó en una palabra que se ha perpetuado hasta nuestros días: religión. Volverse a ligar, a unir, con alguien todopoderoso que no se deja ver físicamente pero que sin duda existe. Y los nombres de las religiones y los dioses han variado desde entonces.
Por eso, contra todo pronóstico de los librepensadores del siglo 19, la religión no ha muerto. Al contrario se ha vuelto una necesidad para las mayorías de las personas hasta la fecha. Basta con asomarse al “mainstream” de la cultura en el mundo poblado por 7 mil millones de habitantes y enterarnos del florecimiento de tantas religiones que, paradójicamente, han sido motivo de choques y de guerras o de luchas por el poder y causa de migraciones en lugar de unir espiritualmente a quienes las practican de acuerdo con su contexto y geografía.
La religión -unión con alguien superior habite donde habite- es una realidad palpable en nuestros días a pesar del número de ateos, jacobinos, comecuras o fanáticos materialistas que niegan la trascendencia del espíritu humano. La religión es un asilo de los que desean liberarse de la soledad y del desamparo que les causa esta vida, así como de los que creen un deber agradecer su existencia y los favores recibidos día a día y, todavía más, de los que claman paz, tranquilidad y justicia social en un entorno sacudido por la violencia y la inseguridad.
El deseo está vivo en los que confían más en su religión que en los poderes terrenos para alcanzar la felicidad y misericordia, aligerando su conciencia para encontrar el camino del espíritu, al que debe conducir toda religión.
Por eso en la visita del Papa Francisco a México es necesario pedir a los no creyentes respeto y tolerancia. Por la razón que sea, la mayoría de los católicos hacen una fiesta de este suceso histórico. Están en su derecho y nadie tiene por qué oponerse, así cada quien hable del baile según le vaya, como dice el dicho, pues los comerciantes piensan en la derrama económica millonaria, sobre todo los que se beneficiarán de la rebanada de pastel en sus ventas de productos y servicios. Los políticoa le sacan raja a su placeo al lado del Obispo de Roma y los ministros religiosos predican hoy viven su fe de acuerdo con los dictados de su jerarquía.
Pero también los católicos debemos respetar y tolerar las críticas de quienes no comulgan con nuestra creencia profunda, conscientes de que solamente el diálogo y la civilidad pueden permitirnos en México hacer vida los mensajes de Francisco. Total, no viene a hacer política por más que haya gobernantes y colados que desean Jorge Mario Bergolio oriente sus mensajes hacia los intereses de esos gobernantes metiches en la fiesta o quieran quedar bien ante los medios masivos. El Papa no viene a hacer ningún daño a nadie sino a reafirmar en esta visita pastoral y no de Estado su carácter de Mensajero de la Paz y de la Misericordia.
¿Qué cuesta ser respetuoso y tolerante ante tan edificante postura? Ya después habrá tiempo para nuestros pleitos caseros.
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