A escasos 12 días o menos para los comicios del 1 de julio, la suerte de Ricardo Anaya Cortés, candidato presidencial del PAN, parece ya estar decidida: no sólo perderá en las urnas, sino que hasta sin partido podría quedarse.
De los cuatro candidatos presidenciales, el abanderado de la coalición Frente por México, en la que participan los partidos Acción Nacional (centro derecha), Movimiento Ciudadano (Centro) y de la Revolución Democrática (izquierda), Anaya es quien enfrentará los peores demonios e infiernos, salvo que gane la elección en forma espectacular, algo que incluso los mismos panistas y el círculo cercano al queretano, ven improbable y casi imposible.
Declarado ganador Andrés Manuel López Obrador, y se insiste, en base a las tendencias de las encuestas que dan al tabasqueño el triunfo arrollador en las urnas, Anaya Cortés quedaría en segundo lugar, mientras que el aspirante de Todos con México, José Antonio Meade quedaría en tercer sitio, y el independiente Jaime Rodríguez Calderón en un lejano cuarto puesto.
Los spots de radio y televisión que por millones promovieron la candidatura presidencial como Ricardo Anaya de Frente al Futuro, y con la que se hacía la referencia a la coalición de partidos que lo postularon, bien podría cambiarse por “Anaya frente a futuro incierto”.
A diferencia de Meade, el panista es un cadáver político que camina, y aunque sepa que ya no tiene oxígeno, sus órganos internos ya no le funcionan, y sus extremidades están obsoletas, deberá dar la pelea hasta el último voto, a sabiendas de que la derrota es inminente e imparable frente a López Obrador y la coalición Juntos Haremos Historia.
Tras la elección, Meade puede ser rescatado por alguna empresa mexicana o transnacional para continuar su labor como asesor o cabildero, (tiene muchos secretos guardados, pues fue secretario de Hacienda y Crédito Público, y esa información vale oro puro, dólares y euros), o bien, incursionar en la docencia, para en unos años más ser rescatado como candidato al Senado o a la jefatura de la CDMX.
La senda que seguirá “El Bronco” Rodríguez Calderón también es fácil de describir: regresará a ocupar la gubernatura de Nuevo León, la cual dejó encargada por seis meses a su secretario de Gobierno, Manuel González Flores mientras buscaba llegar a Los Pinos encabezando una segunda Independencia de México.
Sin embargo, la estadía por los tres próximos años del mandatario nuevoleonés no será fácil: tendrá un Congreso local fragmentado en muchas corrientes políticas, sin ningún diputado a favor, y con un presidente de la republica adverso con el cual se enfrentó en campaña y en las urnas, mezclado todo ello con crisis económica, y una sociedad nuevoleonesa molesta porque incumplió su promesa de no “chapulinear”.
Sin dudarlo, a quien más mal le irá es a Ricardo Anaya quien se perfila, como ningún otro ex candidato presidencial (quizás sólo Roberto Madrazo Pintado, aborrecido como la lepra dentro del priismo), a ser hasta expulsado de Acción Nacional, partido del que fue secretario general, presidente y candidato presidencial y que probablemente sea derrotado en las urnas este 1 de julio).
Durante meses, el rechazo de los panistas hacia Anaya, fue obvio: llegó con menos del 30 por ciento de los votos (apenas 230 mil militantes albiazuales de los casi 700 mil afiliados a nivel nacional), pero herido de muerte desde la renuncia de Margarita Zavala al PAN, la mejor posicionada dentro y fuera del panismo, para ser la abanderada presidencial.
A eso se le agrega las renuncias masivas de panistas por todo el país, para irse a Morena o MC y hasta el PRI, y el desprecio público a su candidatura por parte de los ex presidentes de México, Felipe Calderón y Vicente Fox Quesada, éste último con la desfachatez que lo caracteriza, apoyando al José Antonio Meade del PRI, como mejor candidato, una clara bofetada a Ricardo Anaya asestada en plena campaña electoral.
Y quizás la puñalada trapera, esa que mata lentamente, se la dio el coordinador de los senadores del PAN, Ernesto Cordero, al demandar de manera judicial y penal al candidato presidencial por corrupción y lavado de dinero, algo inusual y carente de toda lógica y decoro político.
Sí los de casa no te quiere, pues cómo buscar el amor ajeno.
El empecinamiento de Anaya de apoderarse de la nominación presidencial a como diera lugar, llevándose a amigos y enemigos de encuentro, encamina al PAN al despeñadero político. Sí bien podría quedar como segunda fuerza política en el país, y en las cámaras de senadores y diputados, no lo salvará de ser criticado, atacado, denostado y repudiado por tirios y troyanos, lo mismo quienes lo apoyaron a ser candidato y aliarse de manera antinatural con el PRD y MC, como sus críticos y enemigos de siempre.
Sí no es expulsado, él mismo se verá orillado a renunciar a su militancia panista, en un acto de inmolación que permita rescatar de las cenizas al PAN como instituto político. En cambio, su pretensión de permanecer dentro de las filas panistas e, incluso, tratar de retomar la dirigencia nacional, implicaría una guerra intestina de facciones que terminaría por liquidar aquel instituto político que fundaron en 1939 Manuel Gómez Morin, Efraín González Luna, Aquiles Elorduy y Luis Calderón Vega, entre otros.
Salvo un milagro, que sería ganar las elecciones aún y por un margen mínimo, nadie lo salvará de enfrentar un futuro incierto. NI siquiera sus pocos incondicionales, los que todavía creen en aquel joven brillante que un día pretendió gobernar a México.