(Rocky IV, 1985)
Rocky regresa, y esta vez con un sesgo patriotero.
La cuarta entrega sigue siendo muy entretenida, complaciente y con acción. Es una estupenda golosina que pueden disfrutar los fans de la franquicia.
Pero el personaje se ha deformado terriblemente. La saga aún es atractiva, pero ya están extraviadas las motivaciones del personaje.
Rocky/(Sylvester Stallone), integrado a la modernidad y la fama, atestigua cómo su ahora camarada Apollo Creed es salvajemente aniquilado por Ivan Drago (Dolph Lundgren). El peleador soviético parece un ser humano perfecto, casi un dios, con dos metros de estatura, un cuerpo perfecto, rostro agraciado y una musculatura de concurso.
El peleador estadounidense que ya estaba retirado tiene qué volver al ensogado para detener a esa máquina de matar. Entrenado con todos los recursos científicos, parece imbatible.
Sin embargo, no cuenta con que a Rocky lo que le sobra es corazón, arma suficiente para derrotar a cualquier titán.
La cinta ofrece una serie de estampas caricaturizadas para mostrar cómo se encontraban, en ese tiempo, los polos de la Guerra Fría.
Rocky va a pelear hasta la misma Unión Soviética y en presencia de Gorbachov enfrenta a todo su pueblo, con toda la carga histórica representada con afiches gigantes que cuelgan risiblemente en la arena.
El discurso final aunque bien intencionado, por cursi y manipulador, no puede ser tomado en serio.
Anda por ahí la modelo Brigitte Nielsen, actriz limitada, pero incorporada al elenco por ser la pareja en turno de Stallone.
(PG. Orientación de los padres)
Netflix
@LucianoCamposG