Podría afirmar que esta columna es de actualidad porque ilustra rasgos propios de la nueva generación de gobernantes, donde existen algunos individuos que conciben su tarea como la de los reyes de la primavera, cuyo papel parece ser más el de adornar eventos que enfrentar problemas.
Podría también aducir que haber rebasado recientemente la publicación de más de 100 columnas de esta serie justifica recordar la primera en nacer.
Quizá podría hasta asegurar que ambos motivos son razonables, aunque finalmente debería admitir que hoy los pendientes laborales desplazan mi placer por desacomodar letras.
Traigo entonces al presente el artículo titulado “Breve reflexión del vasallo de algunos reyes de la primavera”, que considero aún más fresco que cuando fue producido hace dos años:
Alcanzar esa cima era para él convertir en realidad el sueño que tuvo desde niño.
Los “flashazos” de la prensa ávida de recibir un nuevo cliente representaban el halo divino que creía poseer, mientras que las muestras de convenenciera sumisión a su persona le parecían interminables, aunque satisfactorias, peticiones de milagros.
Su toma de posesión le daba, por fin, el sitio que quería y consideraba merecer.
Era ya el nuevo gobernador de ese estado, cada vez más parecido al resto de las entidades federativas debido a la problemática que compartía con ellas, tan conocida y aceptada por la mayoría de los ciudadanos, como paradójicamente alentadora de la sexenal y, a veces, inconfesable esperanza de cambio.
Este personaje de no más de 45 años y representación por excelencia del ser metrosexual —característica esta que superó la aportación al voto hecha por el discurso—, se veía desde estos primeros momentos a bordo de un vehículo con el lujo que ameritaba su posición, desde el cual repartía abrazos virtuales, pagaba favores, prometía prodigios y recibía muestras de adoración a su figura de semidiós.
Su más antiguo anhelo era ahora su más embriagante realidad.
Sin embargo, en este escenario ideal olvidaba que hasta al más grande sueño le espera un despertar.
Apenas había ocupado un año el trono cuando ya despotricaba en público y privado contra los periodistas que le exigían dejara de atribuir a sus antecesores la ausencia de resultados, lo que, por supuesto, consideraba injusto.
¿Cómo se les ocurría pedirle que brindara seguridad, garantizara el suministro de agua potable o realizara acciones ajenas al clientelismo para reducir la pobreza? ¿Se les hacía poco el alto número de eventos a los que asistía, las alegres declaraciones que prodigaba y los interminables saludos que enviaba a los ciudadanos?
No, lo anterior no es ficción.
Aunque pudieran parecerlo, lo descrito no parte de la imaginación, sino de observaciones hechas por el suscrito durante su carrera en pos de la despensa.
A reserva de una mejor conclusión por cuenta del lector, esas observaciones sobre lo cada vez más frecuente en la involución de la política en el país, dan pie a preguntarse en qué momento un gobernante llega a asumir que su tarea es similar a la del “rey de la primavera”, para dedicarse a adornar desfiles, recibir pleitesía de su corte, saludar a diestra y siniestra y hasta promover sitios turísticos en franca invasión de las tareas que corresponden a la miss que representa su entidad, dama que posiblemente jamás pensaría despojar al jefe del Ejecutivo de su responsabilidad para dar seguridad u oportunidades de progreso a los ciudadanos.
En el terreno del deber ser, ocupar una posición de mando implica obligaciones distintas a las de convertirse en el ciudadano más simpático, en el invitado que da categoría a la fiesta o en especialista para encontrar errores en el pasado y darles el carácter de vales para exentar el cumplimiento de las responsabilidades presentes.
Empero, en el área de lo real, ceder la autoridad a cambio de evadir conflictos o vivir la calma que trae la resignación ante lo imposible de transformar, parece definir la tendencia de la moda en la política nacional.
Ante esta percepción cabría sugerir a quien persigue un rol de mando en la esfera pública que, por vergüenza propia y respeto al ciudadano, es necesario tener en cuenta el dicho que sentencia: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se te puede cumplir”.
Por supuesto, salvo que se aspire a encabezar únicamente la marcha de carros alegóricos.
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