Tendría yo 8 ó 9 años y seguramente por la cercanía con Estados Unidos, el pueblo en el que nací recibía señal directa de la televisión gringa y veíamos a nuestras anchas eventos internacionales, en vivo y en directo, eventos como el Grammy, el American Music Award, el Globo de Oro, y desde luego, el Oscar.
Siendo niño, en un lugar como aquel, me permitía el lujo de soñar con lo que la televisión me ofrecía. Recuerdo como si fuera ayer haber visto a figuras del cine que hoy siguen vigentes como Jane Fonda subir a recoger su Oscar y pronunciar emocionados discursos de agradecimiento.
En mi inocencia de aquellos años siempre me preguntaba por qué ninguna película mexicana o actor nacional figuraban en tan magno evento.
Me hacía una y mil conjeturas y anhelaba el día en que Angélica María (sin risas, por favor porque era mi ídolo de entonces), estuviera nominada y hasta ganara una de esas codiciadas estatuillas.
Pasó el tiempo y me seguía preguntando por qué México no figuraba en el Oscar si ante mis ojos las películas de Cantinflas me gustaban tanto que merecían llegar hasta esos niveles.
Al entrar a la prepa y luego a la facultad, ya instalado en Monterrey, el Oscar seguía siendo un universo maravilloso, lleno de estrellas fulgurantes, pero cuyo brillo se opacaba poco a poco. Seguía pensando que algún día un mexicano iba a subir al escenario y a dar un discurso de agradecimiento por el premio en tal o cual categoría.
Luego me di cuenta de que para México, ganar un Premio de la Academia era el equivalente a ser campeón del mundo de futbol: imposible.
En cuanto empecé a trabajar en el medio de los espectáculos la ceremonia del Oscar pasó de ser un evento de placer, a uno de obligación porque fueron muchos domingos sin estar en casa, sin ir a una fiesta ni pasarla en familia por estar al pendiente de la transmisión, esperando fotos y notas para la edición del periódico del día siguiente.
Me tocó ver las nominaciones de “Amores perros” y “El laberinto del fauno” a Mejor Película Extranjera, las candidaturas de “Babel” que iba con todo por el título de Mejor Película del Año y poco a poco mis sueños infantiles, de ver a un mexicano conseguir el premio se iban haciendo realidad.
Pero (siempre hay un “pero”), no eran galardones que a nivel personal me dejaran muy satisfecho. A pesar de que un Oscar es un Oscar, sentía como que eran premios de consolación… hasta el año pasado.
Por fin, un mexicano se llevaba una buena tajada: Alfonso Cuarón se convirtió en el primer mexicano y primer latinoamericano en ganar un Oscar como Mejor Director, rompiendo la hegemonía estadounidense, europea y asiática que hasta ese momento había sido galardonada en las 86 ediciones del reconocimiento.
Pero súbitamente, la noche del 22 de febrero todo cambió. El sueño infantil de ver a un mexicano se cumplió y superó cualquier expectativa.
Alejandro González Iñárritu, “El Negro” para los cuates, se llevó él solito tres estatuillas, repitiendo la de Mejor Director que el año anterior obtuvo su compatriota.
Por si fuera poco, la Mejor Película del año fue obra de “El Negro”, un hecho sin precedentes.
Para completar el cuadro, Emmanuel Lubezki repitió también en la categoría de Mejor Fotografía. ¿Qué más podía yo pedir? Mi deseo estaba cumplido.
Y me alegra, no sólo porque haya sido un anhelo personal sino porque eso significa que Hollywood ya se dio cuenta de que no solamente sus realizadores son capaces de hacer obras dignas de reconocimiento, sino que el mundo entero ofrece posibilidades ilimitadas de talento.
Aunque “Birdman”, la gran ganadora de este año, no es una película mexicana su director sí lo es, además del fotógrafo y el editor de sonido, que son personajes cuyo talento no se quedó aquí y salió a explorar el mundo.
Por otro lado, también le preocupa el tema de la fuga de talentos que ante la imposibilidad de levantar proyectos en su propio país tengan que emigrar a dónde les abran las puertas.
Hollywood no es tonto y mucho menos es ajeno a que en otros países haya cineastas con la calidad suficiente para satisfacer el apetito de su monstruosa industria fílmica, solamente superada, en cuanto a número de producciones por año, por la de Bollywood que está a punto de convertirse en otra Meca del Cine, pero en Asia.
Y como Hollywood no es tonto también sabe que en México, a pesar de que la industria da muestras de una ligera recuperación con títulos que hace algunos años ni quien se imaginara que se pudieran hacer, hay gente que quiere dar el gran salto y está dispuesto a darle la plataforma que necesitan.
Si en México nos dejáramos de las envidias, de los recortes presupuestales que casi siempre afectan a lo que el gobierno no considera prioridad como el arte y la cultura, otro gallo nos estaría cantando.
Talento, ya lo vimos que sí hay; ganas, también. Sólo falta alguien que, igual que yo, de niño haya tenido sueños y quiera que se hagan realidad.
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