Aún recuerdo los años cuando Reynosa era un buen lugar para vivir, trabajar, criar una familia, divertirse con los amigos.
No fue hace mucho tiempo cuando era posible salir de noche a cenar o tomarse una bebida en los muchísimos restaurantes, bares y centros nocturnos que existían por todos los puntos de la ciudad.
El futuro de esta frontera era promisorio. De pronto nos encontramos con que importantes cadenas comerciales mostraron su confianza en la ciudad, generado por el rápido crecimiento económico que entonces se vivía.
De apenas tener un Gigante y un Guajardo, pasamos a los grandes centros comerciales con tiendas anclas como Soriana y HEB… no faltaron quienes casi se sentían gringos comprando medio kilo de chiles jalapeños ahí, en la Compañía de Abarrotes de Howard Edward.
De pronto los reynosenes pasamos de cenar en La Fogata, Lo Diferente o El Tranvía, a disfrutar los especiales del Apleebe`s, Chili`s y, un poco más tarde, el Sierra Madre Brewing Company.
Para quienes el bolsillo no era tan profundo, siempre existía la opción de disfrutar una buena cena en las decenas de taquerías de la mítica Calle del Taco. Ahí estaba El Fogón con sus inmejorables fajipapas y El Merequetengue con su “Taconazo”: un burrito de casi medio metro de extensión.
No hubo pocos que nos sentimos algo tristes al ver que Cinemark (primero) y luego Cinépolis y Cinemex, desplazaron al Rex, el Olimpia y muchos otros tradicionales cines con los que crecimos. “Es el precio del progreso”, justificamos al momento en que nos sumíamos en una cubeta de palomitas… rellenable, por supuesto.
Aunque no había Zoológico de Reynosa, la gente siempre tenía la opción de agarrar carretera y viajar a Camargo, Miguel Alemán, Antiguo Guerrero, Ciudad Mier, Progreso, Matamoros y, por supuesto, la Playa Bagdad.
Nadie se preocupaba por buscar resguardo apenas el sol se guardaba en el horizonte. El único peligro que había en las carreteras es que algún desvelado dormitara frente al volante y provocara un accidente.
La vida en Reynosa no se puede concebir sin mencionar la gran cantidad de bares, cabarets, cantinas, discotecas y centros nocturnos que hacían de la noche en esta ciudad una de las más movidas de toda la frontera tamaulipeca.
Cada fin de semana la Zona Rosa lucía llena de jóvenes de ambos lados de la frontera que circulaban de bar en bar hasta el amanecer. Era tanto el éxito de la vida nocturna en esta ciudad, que durante un tiempo llegamos a tener una Zona Dorada (allá por la Central de Autobuses), además de varios “antros” ubicados a lo largo del bulevar Hidalgo.
Para los más pecaminosos siempre estaba la posibilidad de llenarse las botas de lodo en la Zona de Tolerancia, donde había días en los que no cabía ni un alfiler y todas, absolutamente todas las cantinas y burdeles ubicados en estas cuatro cuadras, lucían llenos de hombres que buscaban caricias compradas.
En esos años la totalidad de los artistas de moda pasaron por esta ciudad.
Es cierto, el único teatro donde se presentaban las obras del momento era un triste cine que daba pena ajena, pero hasta ahí llegaban las críticas de los actores, actrices y cantantes que llegaban sin miedo de que fueran a atacarlos.
¿Y qué decir de la feria? Ese sí era un evento familiar con espectáculos gratuitos, comida, bebida y mucha diversión.
Es cierto, todos renegábamos del Teatro del Pueblo pues en ocasiones nos mandaban artistas que no los conocían ni en su casa pero ¿qué tal el Palenque? Ese si lucía lleno cada vez que llegaban Vicente Fernández, Juan Gabriel, Gloria Trevi y muchísimos otros cantantes que alegraban las madrugadas de esta frontera.
Lo digo y lo sostengo: Reynosa era un muy buen lugar para vivir, por eso me da mucha pena ver en lo que se está convirtiendo esta ciudad.
Recorrer sus calles por la noche es como circular por un pueblo fantasma.
Ir en carro da miedo y hacerlo a pie es impensable.
Poco a poco han ido desapareciendo todas las opciones de diversión familiar o para mayores de 18 años que antes sobraban en este territorio.
Lo que comenzó como un chiste ahora se ha vuelto una triste realidad: “En Reynosa sólo puedes ir al cine o emborracharte con tus amigos en una carne asada”. Qué pena que tanto repetimos esa frase que al final se terminó volviendo cierta.
Pero ¿de quién es culpa que haya pasado todo esto?
Lo más fácil es decir que las autoridades de los tres niveles de gobierno nos abandonaron, que cayeron en la tentación del dinero fácil y se dedicaron a robar todo lo que pudieron de las arcas públicas.
Sin embargo este triste panorama también es culpa nuestra. Se nos hizo fácil hacernos indiferentes a los problemas comunes, nos gustó responsabilizar a otro de la crisis, justificamos nuestra irresponsabilidad por cumplir con nuestras obligaciones como ciudadanos con un falso castigo a la corrupción gubernamental.
Reynosa está mal porque todos la dejamos caer y depende de nosotros ayudar a las autoridades a levantarla.
Si no lo hacemos el destino de esta frontera está fatalmente marcado.
Hay quienes dicen que estamos a tiempo de darle la vuelta a este Titanic llamado Reynosa… en verdad quisiera creer que es verdad.
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