Tengo la certeza de que en el corazón se esconde la solidaridad, esa que a veces administramos de manera egoísta, tacaña o a cuenta gotas.
Desde chicos nos enseñaron que “primero mis dientes y luego mis parientes”.
No educamos a nuestros hijos inculcando la generosidad como un estilo de vida.
Mas bien, si no tenemos algo lo arrebatamos, o de plano “comemos solos aunque muramos de hartazgo”.
Decimos sin el menor recato: “Que los demás se rasquen con sus propias uñas”.
La vorágine de esta apresurada vida que vivimos nos tiene fríos, tiesos y muy duros; algunos acumulando y otros nada más sobreviviendo.
Hoy tenemos una maravillosa oportunidad de romper con esa inercia ingrata e insana que nos tiene el alma intoxicada.
Vamos a sacar de nuestras reservas más íntimas eso que nos deje llenos de satisfacción y alegría que nos permita enseñar a nuestros hijos un valor universal sublime: la solidaridad.
Es muy egoísta hoy, en todo el territorio nacional, querer dormir a nuestras anchas sabiendo que otros están pasando por una pesadilla.
Es el gran momento para poner en marcha aquello que decía la madre Teresa de Calcuta: “Hay que dar hasta que duela”.
Es nuestra gran oportunidad individual y colectiva de aflojar al corazón y de dejarnos guiar desde la ángulo del amor, de donde nunca nos debimos haber salido.
Estamos emocionados de compartir, de ayudar a nuestros hermanos, y al mismo tiempo debemos enseñar con el ejemplo a una generación que le hemos fallado de manera clara y dramática, dejándole en herencia un país hecho pedazos, hecho trizas.
Podemos ir hoy por esa gran reivindicación social. Estoy seguro que es nuestra gran oportunidad no podemos dejarla pasar. ¡Por el amor de Dios..!