Me remonto a mi época de secundaria para tratar de entender en su máxima nitidez la injusticia y la barbarie de la invasión rusa a Ucrania. Yo estaba en primero de secundaria, tenía un compañero ostentosamente más fuerte y con un físico que superaba en peso y corpulencia mi entonces casi famélica existencia. Recuerdo que se apellidaba Olvera, su nombre personal escapa a mi memoria. Después de la secundaria no volví a saber del susodicho.
Olvera me parecía un niño de escasas luces que estaba consiente que su fuerza física era superior al promedio de sus compañeros de salón, descansaba su dominio del que se dejara precisamente en esa fuerza. Por circunstancias de necesidad académica los caminos de este bodoque cargado en carnes y mi escuálida existencia se cruzaron en sus destinos. Su estatura era tal que físicamente yo lo tenía que ver para arriba, eso le daba en su psique una ventaja subjetiva, pero al fin ventaja.
Mi hermano Francisco estaba en tercero, físicamente más desarrollado que yo, representaba para mí el auxilio que hoy Zelensky requiere de la OTAN, solo que mí hermano no estaba en mi salón y al calor de los acontecimientos inmediatos yo tenía que ingeniármelas para resolver la interacción arbitraria y desventajosa que Olvera ejercía sobre mi reducida humanidad. Un buen día, este niñote determinó atacar mi ética hética humanidad, (A mi correctora le advierto que no es error de dedo, es ética sin “h” y hética con ‘h”) con un lápiz de madera verde y grueso.
Creo que mi debilidad física era el principal atractivo para este engendro humano, entonces así me lo parecía, lleno de carnes y de olores; tal cual el razonamiento de Putin con respecto a Ucrania, uno y otro encuentro estaba robado a favor de Olvera conmigo y a favor de Putin con Ucrania. La moraleja es que los abusos de la naturaleza humana son los mismos entre las grandes naciones como entre dos chamacos pepenches de secundaria.
Los reincidentes ataques de Olvera sobre mi flacucha humanidad eran cada vez más constantes, su lápiz gordo como él, equivalente a los misiles rusos sobre Kiev, lo hacía chocar contra mi cabeza. Creo que la garantía de la impunidad que sentía le reforzaba su anhelo no solo de conquista sino de humillación. Quizá sin saberlo quería colonizar mi voluntad, justo lo que Putin quiere hacer con la nación ucraniana.
El salón de mi hermano Paco estaba muy retirado y ya le había dicho que alguien en mi salón me estaba molestando pero por desidia no se aplicaba para ayudarme, igual que la OTAN con Zelensky. Creo que en mis procesos cognitivos referentes a uno de los pilares de la educación como lo es el aprender a convivir comenzó a funcionar. Yo tenía que resolver esta invasión a mi existencia, justo como Ucrania debe hacerlo con Rusia.
Otro día, en otro intento de ataque por parte de Olvera yo ya estaba decidido a contraatacar. Estaba plenamente consciente de las desventajas que yo tenía con respecto a mi atacante. Justo como la tiene Zelenzky con respecto a la abusiva Rusia. Olvera, seguro de su ventaja se acercó a mí y volvió a descargar su inmisericorde lápiz gordo y verde en mi testa, pero al hacer un movimiento de defensa, el mencionado instrumento de ataque me dio en la boca y entonces comencé a actuar.
Le hice creer que el golpe había sido más grave de lo que en realidad había sido. Me agache simulando un llanto, Olvera bajó la guardia al suponer que se había excedido y entonces se acercó creyéndome eliminado. Cuando vislumbre que lo tenía cerca y desprevenido le propine con todas las fuerzas que el coraje me hizo invocar por tantos días de abuso el golpe más preciso y certero y con un orgullo morboso lo vi caer frente a mí.
Yo me fui corriendo a la cancha de basquetbol a donde se encontraba mi hermano Francisco, el equivalente a la OTAN, me subí a las gradas y me metí entre los amigos de mi hermano, me sentí cobijado por la Unión Europea. Olvera en cuanto se repuso fue en mi búsqueda. Después de lo ocurrido yo tenía que enfrentarlo. Entendí lo que hoy tiene muy claro Zelensky, la frase de Winston Churchill: “Quien se humilla para evitar la guerra, se queda con la humillación y con la guerra”.
Después de ese golpe que le di a Olvera, consciente de su superioridad física sobre mí, algo sucedió que desactivó sus necesidades colonialistas hacia mi persona y ya no volvió a intentar invadirme. Al parecer le quedó claro que ya no le tenía miedo, ese miedo que es la moneda de Putin sobre las naciones que lo ven como un chivo en cristalería.
La naturaleza humana es la misma. Esperemos que pronto Putin vea el miedo en su existencia para dejar la guerra.
El tiempo hablará.