Entre bailar zumba y patear el balón se fueron 13 días. Y este jueves cuando a las 11:30 de la mañana cumpla los 14 días obligados de cuarentena, regresaré al laboratorio.
No puedo quejarme, al contrario, luego de saber del caso del hermano de un tío político de mi hija Andrea que atraviesa horas difíciles en el Hospital Metropolitano donde fue intubado tras ingresar el viernes con síntomas de Coronavirus. Dios lo haga superar esta crisis.
Pero hay algo que no puedo entender. Al fin periodista. Supe que una semana antes tenía fuertes dolores de cabeza y dificultades para respirar; acudió a hacerse la prueba (ignoro a dónde fue) pero fue rechazado al responder un cuestionario. Volvió a su casa, medio se recuperó, pero el día 12 empeoró y, junto a su esposa también contagiada, fueron internados de urgencia.
Hasta donde he leído, los pacientes que tienen más posibilidades salvar su vida son a quienes les detectan pronto la enfermedad. Hoy, además de mantenerme en buena condición física, me tocó forrar el primer peldaño de la escalera para evitar que Marco Sebastián se de un porrazo gateando pues quiere subirse.
Por su lado Héctor Hugo cuenta los días para terminar con esa tortura de las clases virtuales de prekinder. Sus vacaciones empiezan este viernes 19 y pregunta cuándo iremos a la playa y a la casa de Reynosa.
La familia se merece salir a tomar otros aires, claro, en un lugar que cumpla con todas las medidas de protección sanitarias. Ya se, quienes me conocen saben que no puedo estar quieto. Pero primero a lo primero: el resultado de la prueba llegaría el lunes, como pasó con la anterior.
Por la ventana veo a Héctor Hugo pedalear su bicicleta con los vecinos Iker y Matías; a mi suegra pasear en a carriola a Marco Sebastián, y a Paola con los chihuahuas Dana y Woki. Pronto me uniré a ellos.
En el encierro escucho mucho ruido y, como no he pisado la banqueta en todo este tiempo y mi ángulo de visión no alcanza, pregunto: ¿qué están haciendo los vecinos? Bajan material para construcción. Otra vecina me mandó dos bolsas de hojarascas que Héctor Hugo tiene bajo su custodia. Bueno, sólo queda una.
Estos días de cuarentena los tomaré como un entrenamiento, pues en poco más de tres años me jubilaré para dedicarle más tiempo a mis hijos y menos al trabajo que seguiré cumpliendo con menor intensidad. Valió la pena la pretemporada.