Tomás Yarrington Ruvalcaba no es como los otros. No es Rodrigo Medina, no es Javier Duarte, no es el chueco Mario Villanueva, ni Guillermo Padrés, ni Roberto Borges. Estos son simples delincuentes comunes engendros de este sistema podrido mexicano; son barbajanes de baja monta.
El de Matamoros es un tipo de profundidades más obscuras, de alcances más sofisticados; se le puede tildar de corrupto, de ser mafioso, intolerante, perverso, déspota, altanero, felón y soberbio. Muy soberbio -me dicen- que es un trauma porque nunca superó sus años de pobreza.
Estaremos de acuerdo en muchas o todas esas etiquetas, pero que nadie lo llame estúpido o torpe porque eso es tanto como no conocerlo.
Entonces, el detenido en Italia astuto, inteligente y culto masón de grado 33, nivel que le fue otorgado en Tampico en su segundo año de gobierno, tuvo solamente dos rutas para elegir:
1).- Seleccionar el ring en donde pelear su feroz lucha legal y escoger aquel lugar que le brinde más ventajas a su defensa, y en donde más aliados pueda tener.
Dentro de la orden que es una sociedad secreta o discreta diseminada en todo el mundo, y están en casi todas las esferas de poder, hay pactos de sangre en los rituales, acuerdos y juramentos que pueden jugar un papel determinante en el fallo final de su sentencia.
O de plano tiene los contactos dentro de las fuerzas obscuras de los poderes fácticos (mafia italiana) que le ponen las cartas a favor.
2).- O el hombre se cansó de huir, tiró la toalla y decidió disfrutar de sus últimos momentos de libertad en un lugar de sus sueños y vivir rodeado de arte, cultura, música, opera, danza, restaurantes de lujo, vino tinto y esperar sin ansias ni preocupaciones, el momento de su arresto.
Señoras y señores hagan sus apuestas.