Hace un par de días fui a la tienda para comprar bolillos, como de costumbre. Hice escalas estratégicas en las bancas del parque, como de costumbre. Recogí basura regada alrededor de cada banca, como de costumbre. Respondí el saludo de un par de desconocidos, como de costumbre. Regañé a unos zanates que peleaban sobre el pasto, como de costumbre. Entonces respondí a una llamada que mi identificador describió como número desconocido y posible “spam”, como de costumbre. Contra la costumbre, la llamada no era de un banco o una financiera ofreciendo créditos u otras maravillas. Era una voz joven, que se presentó muy correctamente como Alfredo “N”, y se disculpaba por llamarme ya que no me había encontrado en mi domicilio, el cual describió hasta con código postal. En todo momento me trató de “usted” y con una amabilidad bastante pasada de moda. Insistía en preguntarme si lo recordaba, pero aunque el nombre y apellido me son familiares, ya juntos no. Entonces me dijo: “Mire, don Pancho (sic). Yo pertenezco al cártel ‘N’…” Aquí hizo una pausa muy de película de misterio, lo que aproveché para decirle:
“Mira Alfredo, o como te llames, supongo que estar en una celda ha de ser muy aburrido. Aquí en el parque donde estoy, también. Cruzando la avenida está una tienda. Hay dos señoras cargadas de víveres en la puerta, pero felices platicando y perdiendo el tiempo, porque en sus casas no hacen ‘pase de lista’ como en donde tú estás. Una de ellas trae un niño agarrado a su falda que, como tú, se nota bastante aburrido. A unos metros está un perro echado y revolcándose en el pasto. Lo he visto cruzar a salvo la avenida en horas de mucho tráfico. Creo que el perro es más hábil para evadir a los autos que tú a los policías. Más allá, junto al gimnasio, hay un montón de chamacos correteando vigilados por tres adultos, que son algo así como los custodios de tu cárcel, pero más amables y sin macanas. Si volteo hacia arriba, hay nubes. Las nubes nunca aburren, siempre cambian de forma y despiertan la imaginación, no son como el techo de tu celda que es como ver una lápida desde abajo. Estoy en duda si cruzar ya a la tienda y comprar unos bolillos, o antes caminar un poco más, a la frutería, donde venden una salsa roja muy buena. Es que se me antojó esa salsa en un bolillo frito en asientos de chicharrón, con frijoles y queso. No es que tenga hambre, es que estoy aburrido. Y cuando uno está aburrido se nos ocurren puras pendejadas, como tú que llamas a incautos de parte de un cártel para exigir un dinero que no te va liberar. ¿Por qué no aprendes a tejer? Suerte y adiós”.
Hay que decir a favor del tal Alfredo “N”, que fue bastante paciente y educado como para aguantar mi perorata sin interrumpir ni insultar. Yo sí fui muy grosero, porque no esperé su respuesta y colgué. Es que ese bolillo con frijoles resultó una ocurrencia bastante apremiante. Pobre Alfredo, espero no haberle contagiado el antojo, ni mi rutinaria y aburrida libertad.