A mediados de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, Benedict Arnold era un general valiente, y esto lo hacía destacarse de los demás. Así como crecía su reputación en el campo de batalla, también lo hacía su ego. Benedict consideraba que debía ser reconocido de manera especial, que ocuparse de importantes tareas lo ponían casi a la par de los altos mandos. Desesperado y resentido por los roces que tenía con sus superiores, Benedict dejó que lo inflamado de su ego lo aconsejara. Su ambición, más allá de los ideales revolucionarios, lo llevó a negociar en secreto con los británicos, ofreciendo entregar West Point, un punto estratégico, y lo hizo un rango militar más alto que el que ostentaba en el ejército al que pertenecía y por una suma de dinero que el consideraba como pago acorde a su nivel. Su lealtad se convirtió en una moneda de cambio y la traición fue la salida para aliviar un ego herido.
Benedict Arnold no solo cambió de bando; su traición fue una jugada digna de un mercenario. Y es que, al traicionar a sus compañeros de lucha él sabía que no solo estaba poniendo en riesgo a los soldados que tenía a su mando, sino que ponía en riesgo el sueño independentista de toda una nación. Su traición fue descubierta por azares del destino. Las comunicaciones con los enemigos fueron descubiertas. Las cartas que detallaban sus planes fueron a parar a manos estadounidenses. El hombre que alguna vez luchó por la libertad, estaba ahora huyendo, buscando la protección de aquellos a los que alguna vez consideró repugnantes.
Al final, Benedict Arnold no se convirtió en el héroe de ningún bando. Para los británicos, fue una herramienta; para los estadounidenses, un símbolo del desprecio y el deshonor. Su historia no es solo la de un traidor, sino la de alguien que encarnó la deslealtad de aquellos que, cuando ven tambalearse sus intereses personales, están dispuestos a cambiar sus ideales y defender la bandera que antes atacaban .
Como bien sabemos, Tamaulipas tiene 43 municipios, por lo tanto, en la elección pasada fueron elegidos los 43 ayuntamientos que dirigirán el gobierno por los próximos tres años. 42 de esos ya arrancaron, algunos muy bien, con obras, cumpliendo compromisos, realizando auditorías, nombrando a su gabinete para darle cauce al proyecto que los hizo ganar.
Trece fueron los alcaldes y alcaldesas que se reeligieron. Entre ellos se destaca Eduardo Gattás, quien, si bien a duras penas consiguió la victoria, su ego lo llevó a creer que la ganó holgadamente, como lo hicieron sus pares. Lalo recibió mucha ayuda; el barco ya estaba haciendo agua desde mucho antes de que se presentara como candidato a la reelección. El empresario Jorge “Tico” García estuvo a punto de mandarlo a sentarse a ver la elección desde las gradas. Fue ahí donde, por primera vez, la mano política lo rescató. Llegó al día de la elección con pésimos números, todos jugaban en su contra. “Ya perdió”, fue el mensaje que más se envió por WhatsApp cuando preguntaban: ¿cómo va Victoria?
Recibió ayuda, y de la buena. Equipo jurídico, de defensa del voto y muchas herramientas más fueron usadas para finalmente conseguirle la victoria por apenas 2.46 puntos porcentuales, o sea, nada. “Lo ganaron”, no la ganó él.
Un ego herido lo mal asesoró; ese mismo ego lo llevó a unirse a los enemigos de quien lo ayudó a ser candidato, y de quien lo ayudó a ganar. Su ego no le ha permitido arrancar la administración que le encomendaron. En pleno desconocimiento de la ley, ratifica funcionarios sin poder ratificar. Mantiene al gobierno de la capital convulsionado, sin operar, sin caminar, y a pesar de las publicaciones en redes sociales, Lalo está sin gobernar.
Reenviado
La soberbia precede al fracaso; la arrogancia anticipa la caída.
Es mejor ser humilde entre los humildes que compartir despojos con los soberbios.
Tener cordura es tener la fuente de la vida; a los necios los castiga su propia necedad.
-Proverbios 16:18,19,22