Cero ciudadanos de a pie en una ceremonia en el teatro Amalia González donde lo que menos se vio fue la emoción por, al fin, llegar a la conclusión de una etapa en la vida de Tamaulipas.
Las y los asistentes entraron de prisa, casi sin saludar, pocos se pararon a dar entrevista, uno de ellos Gustavo Cárdenas en su calidad de diputado federal por Movimiento Ciudadano.
El acceso al recinto estuvo vedado para los periodistas que esperaban, pacientes, afuera de éste la llegada de los funcionarios y sus esposas, quienes, en su mayoría, ni por asomo les dirigían una mirada.
El maltrato a la prensa fue una de las características más recurrentes durante el sexenio que está por fenecer. Para las y los periodistas el lugar más cercano al sitio de donde surge la información o estuvo sembrado de vallas que les impidieron el acceso o lejos, muy lejos del sitio donde se celebraban los eventos, como en el de ayer que les montaron una sala de prensa en el salón Independencia de Palacio de Gobierno que está cruzando todo el parque frente al teatro.
El desprecio fue la marca de un sexenio encabezado por un hombre que llegó a la máxima silla del gobierno estatal precedido por la tragedia y la sangre derramada del hermano en un quíntuple crimen que sigue sin resolverse a poco más de seis años de distancia.
En Tamaulipas los trabajadores al servicio del estado han guardado silencio ante el comportamiento hasta grosero de las y los miembros del gabinete, empezando por el mandatario saliente que protestó servir a las y los tamaulipecos y no cumplió este sagrado compromiso.
Hoy en Tamaulipas se puede hacer una analogía con el pueblo cubano que poco a poco comienza a exponer las flaquezas y fallas de un sistema de gobierno que los mantiene en la miseria, así están las y los tamaulipecos, especialmente los que pertencen a la estructura gubernamental, conforme el día primero de octubre se acerca, van dejando salir su frustración y coraje ante la omisión y parálisis de un sexenio como el de Egidio Torre Cantú que nunca estuvo a la altura de las necesidades de la población que en realidad eligió a su hermano, asesinado días antes de ganar la elección.
Las y los asistentes fueron testigos de cómo se rompe el protocolo, antes intocable, para lucimiento de un hombre que más parecía estar dictando una clase que dando un informe del estado en que deja a Tamaulipas después de seis años de una evidente pésima administración.
Dio pena llegar a un Eugenio Hernández sonriente, con un bronceado y largo de cabello que contrasta con su imagen cuando era mandatario. El dirigente nacional de los priístas, Enrique Ochoa Reza, sonreía consciente de que las cámaras lo tomaban, lástima, nadie le dijo que todo era circuito cerrado que ninguna persona de afuera del recinto lo estaba viendo.
Una vez más se construyó una ceremonia a modo del que termina.
El pueblo como siempre estuvo lejos, invisible a los ojos y a la sensibilidad de un gobierno que nunca mostró empatía por lo que le sucede en Tamaulipas.
Dicen que las cosas no pueden estar peor de como las dejan, pero no es verdad, se puede estar peor.
Ahora a esperar un nuevo gobierno, nuevo equipo, nuevo mandatario, también desconocido, como el que se va, para la mayoría de las y los tamaulipecos.
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