A nosotros nos tocó en San Lázaro, en la Cámara… así, en primera persona del plural. Un embate como ese –independientemente de tu ideología- envuelve a todos, hiere a todos, inquieta a todos.
Algunos de los que estábamos ahí, reporteros de radio, de TV, de periódicos nacionales –y uno que otro de provincia, como yo, corresponsal, habíamos cubierto meses atrás parte del ritual priista previo al destape, el destape en sí, giras y parte de la atípica campaña del elegido de Carlos Salinas de Gortari: Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Pero aquel 23 de marzo las balas que le destrozaron la cabeza y el abdomen al candidato oficial a la Presidencia, hacían epicentro en todo el territorio mexicano, en el alma de la nación, y, desde luego, en la plataforma política del país.
1994 había iniciado violento, enrarecido con el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que aparecía en escena en Chiapas justo el día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio (México-Estados Unidos-Canadá).
¿Qué se podía esperar en un país con una guerrilla declarada? Con un ex gobernador secuestrado, con un cardenal asesinado medio año atrás, con un gobierno en crisis.
Para ese entonces, 23 de marzo del 94, varios de los reporteros y camarógrafos que estábamos en la Cámara, habíamos estado ya en Chipas, cubriendo incidentes del movimiento armado.
Habíamos plasmado, pues, como el rebelde ex Jefe de Gobierno capitalino Manuel Camacho Solís, entonces comisionado para la Paz y la Pacificación en Chiapas, molesto por no haber sido el ungido de Salinas, le ganaba reflectores a Colosio.
“La campaña de Colosio no prende”, era común escuchar y había quienes apostaban por el cambio de candidato, y veían a Camacho como sustituto.
En la Cámara de Diputados, la caja de resonancia política más intensa del país el tema de la deficiente campaña de Colosio era el común denominador, aunque a partir de aquel discurso del 6 de marzo en el Monumento a la Revolución, se decía, el candidato ya se había desligado del Presidente Salinas.
¿Y eso era bueno o malo? , se preguntaban muchos.
Para las 19:30 horas, tiempo de México la noticia había sido regada como pólvora por todo México, Colosio había sufrido un atentado. El rumor se esparcía en bullicio por todo San Lázaro, tomando por asalto a los diputados que sesionaban.
Muchos pedían que se suspendiera aquella asamblea, que se interrumpiera. No era para menos.
Pero, el diputado priista veracruzano Gustavo Carvajal Moreno, uno de los líderes reales de los tricolores de aquella LV legislatura, se aferraba a que la sesión culminara.
“Que siga… que siga… no, no digan nada”, gritaba desde su curul cuando sus propios compañeros de partido y otros del PRD y del PAN intentaban subir a tribuna para dar a conocer lo que había ocurrido minutos antes en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana, Baja California, para hacer un receso.
La mayoría de los diputados estaban pegados a sus celulares, todos asombrados. Algunas diputadas del PRI, lloraban, se abrazaban unas a otras y a algunos de sus compañeros. Los reporteros buscábamos reacciones, tomábamos fotos de los rostros desencajados.
Rondaban las 20 horas en México, la 18:00 en Tijuana cuando Colosio era atendido en el Hospital bajacaliforniano, donde, la mayoría suponíamos, el candidato no podría recuperarse, dada la gravedad de las heridas.
Iniciaba, al atardecer, un largo día, una larga noche. Un parteaguas en México.
Los periódicos vespertinos sacaron ediciones especiales, Colosio había muerto.
Y ahora, 21 años después de su muerte, oficialmente por el asesino solitario Mario Aburto Martínez, pero imputado por la vox populi al estado, al ex Presidente Carlos Salinas de Gortari y parte de su élite de poder, incluyendo a José Córdova Montoya, la versión oficial sigue siendo increíble.
El México que Colosio decía ver, “con hambre y con sed de justicia, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales,” sigue siendo el mismo, pero más corrupto y con gobernantes mediocres, incapaces y cómplices para que su muerte siga impune.
Eso sí, muchos dicen honrarlo e inspirarse en su legado. ¡Qué cabrones!
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