Michael Phelps tenía una sensación extraña. Cualquiera se dio cuenta de que algo le pasaba cuando terminó la prueba de los 200 metros mariposa y en lugar de festejar frenético el hecho de convertirse en el atleta más laureado de la historia olímpica, sólo se quitó la gorra, los gogles a los que se les había metido el agua (vaya momento para fallar), y esperó con una expresión indescifrable a que apareciera el tiempo oficial.
Y ni siquiera eso lo emocionó. Miró el tablero, se dio la vuelta y salió de la alberca. Así nada más. Lejos de los gritos eufóricos después del agónico triunfo en el 4×100. Así, como si nada.
Antes de la prueba sí se veía nervioso. Sólo él sabrá porque, ya que cuando se le preguntó, lo único que dijo es que se había quedado sin palabras.
Y ya viéndolo bien, uno no entiende de qué estaba nervioso el muchacho. Esa prueba es su especialidad y más aún, su favorita. Es el número uno del ranking mundial desde 2006 en esa prueba y posee el récord del mundo.
Michael, el chico de 23 años, tiene ya sus cinco medallas de oro. Y todas le cuelgan del pecho con el detalle de que las consiguió rompiendo el récord mundial. Hemos sido testigos en el Cubo de Agua cómo se escribía una leyenda del olimpismo. Y si en el área de prensa, en las tribunas, entre los rivales, todos entendíamos lo que estaba pasando, resultaba sorprendente ver a Phelps actuar así.
El estadounidense arrasó con la marca de nueve preseas doradas en total que ostentaban leyendas del deporte: Paavo Nurmi, Larysa Latynina, Mark Spitz y Carl Lewis. Ya tiene 11.
Tres más que tiene en la mira le darían un total sobrenatural de 14 oros.
“Ser el competidor olímpico más galardonado de todos los tiempos, ahora suena extraño decirlo. No tengo absolutamente nada para decir. Me quedé sin palabras”, fue lo que dijo. Y se notaba el trabajo que le costaba.
No, no es soberbio. Es muy amable e incluso uno diría que tiene cierta humildad. Controla muy bien el ego, al menos en público.
Phelps le echó ganas y dijo algo de lo más convencional: “Es un título muy agradable, pienso que podría decirlo así. Es fantástico. Me siento honrado”.
Pero después, al insistirle un poco explicó que no reaccionó con alegría con la medalla 10 porque el tiempo no le gustó: “Estaba decepcionado al saber que puedo ir más rápido que eso”.
Ya después, “le cayó el veinte”.
“Empecé a darme cuenta luego de la prueba estilo mariposa, trataba de enfocarme en mi siguiente carrera, Sólo pensaba ‘oh, el atleta olímpico más grande de todos los tiempos’”.
Phelps puede conseguir aún más en Beijing. Aquí lleva cinco. En Atenas 2004 consiguió seis. Le quedan, ya se sabe, tres preseas antes de igualar la hazaña de Mark Spitz en Munich 1972.
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