Salió del mar con una tortuga caguama prensada al cuello. Lo mordía tan fuerte que sus seis años de edad le impidieron a Arturo Santos desprenderse de ella, pero ahí estuvo José Alberto Santos, alias “Don Arturo”, que se la arrancó de una sola vez.
Ahora tiene la marca en el cuello. Está en el ring de box ganando su primer pelea en los Juegos Olímpicos y don Arturo le grita a todo pulmón: “Vamos, Negra”.
Se lo dice en femenino a pesar de que es su único hijo varón. Ya no está la tortuga, pero ahora quisiera saltar desde la tribuna para arrancarle al keniano. De todas formas ni es necesario, pues los puños de Arturo Santos de 22 años, ya sólo necesitan apoyo moral.
Y vaya que se lo dan. Primero una porra pequeña, pero lo suficientemente escandalosa como para crear eco en el Gimnasio de Trabajadores de Beijing: “México, México”. Y luego su papá con acento tamaulipeco diciéndole a Santos que el keniano pega como niña.
Se muestra no sólo gritón sino nervioso. Los ocho minutos que tardó Santos en ganarle al rival, don Arturo la pasó con una cerveza en la mano, apoyando con fuerza, abrazado por un zarape mexicano que le regaló su hijo y con su nuevo amigo chino a lado.
Este chino apareció de la nada. Desde que Don Arturo llegó a Beijing se acercó a él para preguntarle cómo podía cambiar dólares. A partir de ese momento no se le ha despegado ni un momento. Se comunican a señas, pues el chino no habla inglés y el papá de Santos tampoco y, menos habla chino. Se lo agradece de todas maneras, aunque de broma dice que ya hasta está dudando de la amabilidad del chino.
De todas formas los dos están en el segundo piso del gimnasio. Animosos. El chino le da una palmadita en la mano y con su pulgar derecho le manifiesta que Santos lo está haciendo bien. Para el segundo round don Arturo está confiado, ha asistido a 150 peleas de su hijo y sabe que acelera el puño en el segundo y en el tercero o cuarto gana.
El final es de película. don Arturo da un último trago a la cerveza. Abre la boca sin decir nada, se le ponen los ojos vidriosos, voltea y dice: “Lo hicimos y vamos por la medalla”.
Diez minutos después aparece Santos, menudito, con su playerita de México y sus bermudas color ostión. Trae una mochilita colgando y humildemente, casi pasando por desapercibido y después de vencer a su rival, llega, se abraza con el papá, le dice que lo escuchaba hasta el ring, pero que cuando volteaba no lograba verlo.
Segundos después se dan la mano y los dos se sientan en las tribunas como cualquiera del público a ver pelear al resto de los boxeadores y sobre todo a esperar la pelea de Francisco Vargas, el otro mexicano.
Discussion about this post