Salió limpio. Sin rastro de golpes en la cara. Con un zarape de México puesto y el sudor resbalándole por la frente. Tranquilo declaró que el rival había sido más fácil que la pelea pasada. Y sí se vio. Desde las tribunas parecía que cualquiera podía contra el de Túnez.
Arturo fue rápido, contundente. No le costó trabajo sacarle 12 puntos de ventaja al rival. Dos veces pensó que la pelea se pararía cuando el referee la detuvo para que entrara el servicio médico a revisar a su contrincante.
En el segundo round la gente ya cantaba el Cielito Lindo, no sólo él se veía confiado, le había inyectado confianza a los mexicanos presentes en la tribuna.
Arturo Santos sabe que éste sólo es un paso y que el verdadero reto está por venir. “Mi mamá debe estar feliz, pero todavía no es tiempo” dice, cuando piensa que en Tamaulipas son las 9 de la mañana y que su mamá seguro está con todos lo tíos festejando. Él quiere la medalla. Así nada más, no se conforma.
Comparte la felicidad con su papá, con su entrenador, con los mexicanos que están en el Estadio de los Trabajadores. Se toma fotos con los chinos que se lo piden, pero aún no se la cree, viene por más.
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