León, Guanajuato.-
Y el coloso del Bajío por fin ascendió a ese trono que es parte de la bóveda celestial.
Oda verdiblanca. Rítmica, apasionada, intensa, salpicada por el sudor de un grupo de concertistas que alcanzó la perfección en la cita esperada. No hubo un solo compás ejecutado de forma errónea.
Eso explicó el llanto de Gustavo Matosas en cuanto el árbitro Luis Enrique Santander oficializó el regreso del León a la Primera División. Irrefutable 5-0 (6-2 global), sobre unos Correcaminos devorados por una auténtica fiera.
Cuatro minutos de inspiración aniquilaron una década de frustraciones. Los representantes de la Universidad Autónoma de Tamaulipas aún no se reponían del mazazo que significó el tanto de Carlos Peña (17’), cuando Luis Nieves hizo añicos todas sus esperanzas (21’) y materializó las de una afición desesperada por volver al máximo circuito.
Derechazo con poderes sobrenaturales. Miles de corazones dejaron de latir durante la fracción de segundo que el balón tardó en besar las redes del marco de Éder Patiño.
Mientras el Nou Camp rugía, el chico se apresuró a fundirse en un sentido abrazo con Peña.
Ambos salieron ovacionados, cargados por la gente, pero el carisma de Peña lo hace especial, diferente. Le llaman el “Gullit”, en honor a Ruud, aquel artista del balón holandés que aglutinó elogios durante finales de la década de los 80 y principios de los 90. No se le parece físicamente, mucho menos en técnica individual, pero quizá le supera en temple, cualidad que lo ha encumbrado en el altar del credo personal de la afición leonesa.
Al igual que Hernán Burbano, esa feroz gacela que coronó la fiesta con su par de anotaciones (68’ y 75’). La primera, digna de museo. El esférico superó a Patiño tras un sutil toque. Exquisitez que desató la fiesta.
Las lágrimas de la felicidad se confundieron con el baño de la gloria. Iniciado en el campo con bebida rehidratante y multiplicado en las gradas con cerveza… En el mejor de los casos.
Estampas que marcaron el retorno a la Primera División del coloso del Bajío, esa fiera que ha gobernado la principal selva del futbol mexicano en cinco ocasiones, la que vuelve a ocupar un sitio en la bóveda celestial.
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