México, D.F. / Abril 8.-
La locura colectiva se desató desde que Javier Orozco igualó a dos tantos el marcador global. Era la noche del joven atacante azul, con ese “27” tatuado en la espalda, que recuerda a gloria, a temple… A Carlos Hermosillo.
Ya lo de su penalti fue el colofón a una imborrable velada para el chico, el nuevo héroe celeste.
Porque el tiempo extra y los penaltis fueron un juego de sentimientos para los poco más de 7 mil aficionados que acudieron al estadio Azul.
De la impotencia a la ansiedad y de la resignación al festejo. El Cruz Azul está en la final de la Liga de Campeones de la Concacaf, pero sufrió demasiado ante un equipo que se fundió, cuando todavía le quedaban 20 minutos a los 90 reglamentarios.
Los envases vacíos de bebidas rehidratantes y las cáscaras de plátano en la zona técnica del equipo visitante fueron la mejor prueba del cansancio boricua. Aún con 10 jugadores, La Máquina dominó gran parte del cotejo.
Los puertorriqueños saltaron a la cancha con la premisa de no perder la ventaja de dos goles con la que llegaron de Bayamón. Casi lo logran, de no ser por el fortuito desvío que le acomodó el balón al Chuletita.
No obstante, los 84 minutos previos estuvieron cargados de tensión, aunque no tanto como los ocho que separaron los goles del liberiano Sandy Gbandi y César Villaluz.
Afortunadamente para Galindo y sus hombres, el tanto boricua se dio en el alargue, cuando las anotaciones como visitante ya no son criterio de desempate. Por eso, todo se definió en penaltis.
El Islanders de Puerto Rico demostró no ser más que un equipo que apenas domina los conceptos básicos del futbol. Ordenados, con problemas para crear llegadas al marco rival y valiéndose de su mayor fortaleza física, los boricuas desnudaron a un azul totalmente desteñido, sin futbol, pero sobre todo sin alma… Hasta que su “joya” los rescató, justo cuando algunas lágrimas comenzaban a rodar por varias mejillas celestes.
Y es que, nadie se explicó cómo un equipo con tan pocos argumentos llegó al duelo de vuelta con ventaja de 2-0. Esa era la real molestia de la afición cementera, acostumbrada ya a sufrir hasta contra los conjuntos que parecen demasiado débiles con relación a La Máquina.
Porque lo de anoche fue emocionante, aunque penoso para ambos conjuntos. Salvó la muestra de ímpetu y recursos por parte de Villaluz en el tiempo extra, el Cruz Azul se cansó de fallar.
El encuentro se fue al alargue por la desesperante falta de contundencia local. Pablo Zeballos comprobó por qué la banca ha sido su hábitat durante lo que va de 2009. Sí, marcó el tanto que revivió la ilusión celeste (44′), pero creó un catálogo de equivocaciones. Con la cabeza, la pierna derecha, la izquierda… Hasta con la rodilla. El paraguayo fue uno de los peores en la velada. Anotó su penalti, de milagro.
Gerardo Lugo lo acompañó en los roles protagónicos. El volante por derecha ni siquiera fue capaz de recibir bien varios servicios de sus compañeros. De centrar bien al área, ni hablar. Su ejecución del penalti fue grotesca.
En cambio, Orozco y Villaluz emergieron de la banca para cargar con un equipo que deambuló en el césped durante varios minutos. Ambos están contagiados del mal futbol que viven los azules, pero no de la falta de carácter.
Se tardaron varios minutos, casi no les alcanza el tiempo, pero lograron echar a andar una Máquina que pareció descarrilada por la “Tropa Naranja”, tras el bombazo de Gbandi.
El buen futbol continúa sin aparecer, pero al menos, dos hombres que sí sienten la playera cruzazulina demostraron que con el corazón basta en algunas ocasiones.
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