México, D.F. / Dic. 2
El Dorado no está en Perú, no. En Sudamérica aseguran que está junto a un cementerio, en la capital mexicana, en un lugar conocido como La Noria. Dorado por las cantidades de dólares que se podían embolsar jugadores que llegaban del cono sur, sin el compromiso de llevar a La Máquina al título. Al menos eso se decía hasta hace un año, antes de que Benjamín Galindo tomara el equipo y le regresara la disciplina de campeón; sí, aquella de la que él y Alfonso Sosa, su auxiliar, fueron partícipes en el Verano 1997, para llevar a Cruz Azul a su más reciente campeonato.
Aunque para ello tuviera que literalmente castrar de tecnología a sus muchachos. ¿En pleno 2008 y no chatear? Sí, no chatear, ni hipnotizarse con una consola Xbox 360 o Play Station, ya no digamos Wii, menos estar pegado al celular. Un clavado en la década de los 80, cuando estos juguetes estaban a varios años de popularizarse.
Ni siquiera Sergio Markarián pudo lograr tal intensidad de disciplina. Sí, la que hace que los jóvenes celestes llamen a Galindo con todas sus letras M-A-E-S-T-R-O, lejos de las risas y una que otra irreverencia que se decía tras bambalinas para el uruguayo, al que apodaban “El Pingüino”.
“Lo que pasa es que luego se confunden —comparte Alfonso Sosa—; Cruz Azul respeta a las personas y hay instituciones que no lo hacen y ese es un valor agregado”.
El auxiliar técnico celeste, acepta: “Lo sabemos perfectamente, hay ocasiones en las que un jugador llega y se acomoda. Eso pasa en otros planteles, no nada más en Cruz Azul; futbolistas que van perdiendo hambre, que consiguen metas a corto y mediano plazo y eso permite que se vayan acomodando”.
Por eso, la tarea de Galindo es mantener al jugador con hambre de triunfo, “independientemente de que acá se ofrezca casi todo, se valora el hecho de seguir aspirando a crecer”.
Cuando un futbolista no aspira a ello se va acomodando, “vas perdiendo intensidad y el gusto por hacer las cosas; pasan jugadores, entrenadores y siempre va a ser lo mismo”.
En ese sentido, añade Sosa, “hemos tratado de que el jugador esté consciente de la institución que representa y, sobre todo, Benjamín ha manejado muy bien ese hecho”.
Entre las herramientas empleadas por El Maestro resaltan varios puntos: limpió de ‘estrellas’ al grupo y dio impulso a los jóvenes, a quienes inculcó múltiples valores, entre ellos compromiso, respeto, cordialidad y discreción. Para conseguirlo, impulsó la convivencia y aprovechó el respeto que le tíenen, porque todos estos chavos, de niños, lo vieron jugar.
Con fines disciplinarios, Galindo convenció a los suyos de la urgencia de evitar distractores en las concentraciones. Los chamacos no recurren al Internet (chats, video juegos) u otro tipo de entretenimientos.
Cada futbolista recibe trato personal de su estratega. Diálogo abierto, sin distinciones ni privilegios. Las jerarquías se ganan en el campo y cuando surgen nuevos valores, como el caso Martín Galván, se les hace ver que hay mucho qué aprender, antes de una oportunidad.
Y para reforzar esa disciplina, Benjamín estableció multas en caso de retardos, pero nunca a manera de castigo, pues ese dinero se destina para cuestiones humanitarias o convivencias grupales, como asados.
“Benja les insiste mucho que se tiene que jugar como si fuera el último partido, cada que entra a la cancha, respetar al rival, priorizar el respeto a la playera que visten, y eso lo han entendido muy bien”, dice Sosa.
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