Curitiba, Bra. / Oct. 1
Ya no quedaba algún jugador del Atlético Paranaense en la cancha de la Arena Kyocera, pero el ruido se mantenía. Ningún elemento del Guadalajara parecía decidido a encaminarse hacia el vestuario. A final de cuentas, las Chivas consiguieron sobre ese césped su triunfo (4-3) más importante en lo que va del semestre.
Más allá de lograr el boleto a los cuartos de final de la Copa Sudamericana, tras imponerse en el marcador global por 6-5, los pupilos de Efraín Flores se demostraron a sí mismos que la entereza mostrada contra el Atlas el pasado fin de semana no fue espejismo.
Es cierto, Hugo Hernández enseñó que la portería continúa siendo la zona más endeble del Rebaño Sagrado, pero al menos no transmite la inseguridad esparcida por Sergio Rodríguez en el primer capítulo de la serie frente al Furaçao.
Porque fue hasta los últimos 20 minutos, con el partido ya encaminado por el Guadalajara, cuando los jugadores del Paranaense se dieron cuenta de las carencias del arquero tapatío en el juego aéreo.
Fue entonces cuando inició el bombardeo a la cabaña chiva, ese que propició los goles de Clelsy Guimaraes (69’) y Rafael Martiano (78’), aunque el daño ya estaba hecho.
Los poemas convertidos en anotación por Omar Arellano (63’) y Sergio Santana (67’), obligaban a los locales a realizar cuatro tantos, con poco menos de 25 minutos en el reloj.
Sin embargo, el equipo mexicano jamás dejó de crear peligro en el marco de Vinicius, ni siquiera con la salida de Arellano.
Las Chivas ya no contaban con el desequilibrio y contundencia del nieto de “La Pina” Arrellano, cuya estirpe quedó marcada con aquella soberbia definición de pierna derecha, que incluso dejó boquiabierto a Ney Franco, director técnico de los brasileños.
No obstante, Alberto Medina y Javier Hernández se las ingeniaron para ganar minutos justo cuando el Paranaense daba mayores muestras de ímpetu.
Gonzalo Pineda abrió el marcador al minuto 42; Xavier Báez lo amplío al 50’, Martiano puso el primero gol del conjunto brasileño al 57’.
La estampa de un Rebaño Sagrado espantado por el entorno quedó sepultado en la semifinal de la Libertadores 2005.
Héctor Reynoso, quien portó el gafete de capitán, fue el único que repitió de aquella terrorífica noche para los tapatíos.
El corazón y amor propio siguen rescatando a un equipo que mantiene las carencias provocadas por la ideología de Jorge Vergara, aunque presume la entereza que su propietario les ha dado desde hace más de un lustro.
Eso explica la felicidad desatada tras los eternos seis minutos compensados por el árbitro argentino Pablo Lunati.
Por primera vez desde que participa en los torneos organizados por la Confederación Sudamericana, el Guadalajara eliminó a un equipo brasileño, se despojó de un fantasma que acechaba sus sueños.
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