Una dorada selección argentina, campeona olímpica en Beijing 2008 al vencer a las Águilas de Nigeria 1-0 en el Nido de Pájaro, tuvo alto vuelo y enfila como una nueva generación rumbo a la Copa del Mundo Sudáfrica 2010.
Los piques explosivos de Lionel Messi que levantaban murmullos y alaridos en las tribunas con 90,000 almas o los tremendos remates a quemarropa de Peter Odemwingie, Víctor Obinna y Sani Kaita le daban ráfagas de emoción al encuentro.
Ángel di María tuvo su tarde soñada con un gol en la final.
Fascinaban la capacidad de lucha por la recuperación de la pelota de Fernando Gago, la prestancia de Nicolás Pareja en el fondo de la defensa, la sutileza de Juan Román Riquelme como magistral tiempista y protector del balón.
Pero la esperanza en el faraónico Nido de Pájaro era poder ver el choque del depurado manejo del balón de los albicelestes con la combinación de fuerza y técnica de los africanos.
¿A quién se le ocurrió jugar con 35 grados de temperatura, al mediodía de Beijing y con un sol que resquebrajaba la tierra y, por ende, a los jugadores?
El choque entre sudamericanos y africanos fue otra vez ´sur contra sur´, en otra demostración de que el futbol tiene el mágico poder de hacer grandes a los pequeños y de que no alcanza con ser una potencia rica y desarrollada para tener grandes jugadores.
Si la condición necesaria para estar en el primer plano internacional fuera el grado de desarrollo de un país, Argentina y Nigeria no podrían ni siquiera haberse clasificado a los Juegos Olímpicos.
Pero de nuevo pudo verse la grandeza del futbol africano, a cuyos equipos les falta figurar alguna vez entre los cuatro mejores de una Copa del Mundo de mayores, porque son siempre invitados de honor en los Olímpicos y juveniles Sub-17 o Sub-20. Son protagonistas.
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