Londres, Ing.-
Hoy conocemos a Oribe Peralta como una figura indiscutible del fútbol mexicano. Sus anotaciones con Santos y la Selección Mexicana tienen tintes históricos. Su olfato goleador, contundencia y personalidad son reconocidas en el medio, sin embargo, su historia comenzó como la de todo niño que sueña con jugar fútbol profesional algún día.
¿Inspiración? Su padre Miguel Ángel Peralta, ex jugador de tercera división. Como en toda historia futbolera, se enamoró del balompié desde casa, gracias a papá.
Nacido en una familia humilde en Torreón, Coahuila, la “ciudad de los grandes esfuerzos”, lagunero de nacimiento y de corazón, Oribe, haciendo honor a su tierra, tuvo que hacer grandes esfuerzos y sacrificios para alcanzar ese sueño que muchos tienen pero que pocos logran.
Sus inicios: Oribe se formó en el futbol llanero de su región. Ese futbol donde se ve el verdadero temple de los jugadores y donde se dan partidos épicos que sólo quedan en las memorias de sus protagonistas. Ahí, en las canchas de tierra, poco a poco fue alimentando su ilusión y adquiriendo habilidades que le serían muy valiosas en un futuro no tan lejano.
Después de algunos años de aprendizaje en el llano, el joven Peralta fue captado por los visores, su sueño estaba cerca, el destino era Morelia. Oribe debutó en primera división con Monarcas en el Clausura 2003, su talento le había conseguido minutos de juego en el cuadro michoacano, pero el sueño no acababa ahí, apenas comenzaba.
Como todo delantero mexicano, el camino sería con muchos obstáculos y pocas salidas. Después del debut, Peralta comenzaría su peregrinar por distintas plazas del futbol mexicano, tenía que ganarse un lugar a base de goles. El inicio fue en la entonces “Primera A” con León para después llegar a Rayados. Sus actuaciones en Monterrey, entrando de cambio y marcando goles importantes, serían la característica que lo distinguiría en el futuro, y para ese momento le dieron el boleto de regreso a su tierra: Torreón.
Picando piedra: Parecía que el joven Oribe se había sacado la lotería, pero fue en Santos donde se dio cuenta que no sería nada fácil, pues fue relegado a la banca por Vicente Matías Vuoso, goleador lagunero. Al “Cepillo” le urgían minutos para mostrarse y en ese momento la laguna no era el mejor lugar para ello, por lo que fue cedido a la selva. El cuadro chiapaneco fue el lugar idóneo para madurar como futbolista y mostrar sus cualidades como hombre de área. El momento había llegado.
Peralta regresó a Santos para quedarse y volverse figura. En la pelea por la titularidad, esta vez él fue la piedra en el zapato de Vuoso. La directiva santista aún le tenía un último escollo en Christian Benítez, pero él demostró carácter para competir con la indiscutible calidad del ecuatoriano. Con esta última prueba superada y tras la salida de Chucho, Santos le dio el voto de confianza para ser el ariete titular de los laguneros y comenzar su vertiginoso ascenso. No había más dudas, Oribe era ya una realidad.
La consagración: Ya con los reflectores encima, los éxitos llegarían. Peralta no tardó en ser llamado al Tricolor como refuerzo para la Copa América y Juegos Panamericanos. En la cita tapatía ganó oro y fue campeón goleador, haciéndose con la confianza de Tena. Venía lo mejor.
A pesar de haber conseguido un título con Santos en 2008, éste fue como suplente, por lo que no tiene el mismo sabor para un guerrero de Torreón, que suele ser el héroe de hazañas imposibles con goles en momentos clave.
Es por ello que Oribe demostraría en el Clausura 2012 ser el goleador oportuno y letal para devolver la gloria a Santos. En una liguilla de ensueño, el “Cepillo” sepultó a la competencia norteña con sendas noches heroicas en el TSM y alzaría su primer título verdadero en liga. Esto fue su boleto para Londres 2012.
El verano ha sido de retos para Oribe Peralta. Pero eso no lo toma desprevenido, pues así ha sido toda su carrera. Después de la gloria del campeonato, una lesión apareció en el camino, pero el momento del “Cepillo” fue tan impresionante que Tena le dio su voto de confianza. El lagunero pagó con goles y cumplió su sueño olímpico, acompañando a una exitosa generación de jóvenes.
Tras un año de este calibre, el hijo prodigo de Torreón ha despertado el interés de varios equipos de nuestro país, pero él permanece fiel a sus colores, a su laguna querida donde dio sus primeros pasos y del que es ídolo indiscutible. Ni siquiera Europa lo vuelve loco, pues aunque lo reconoce como ilusión, sabe que el mundo del futbol y de la vida es tan sólo un largo camino lleno de obstáculos por superar. Oribe los derriba con sus clásicos goles de héroe.
El camino aún no ha terminado.
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