Charles Darwin se hubiera vuelto loco. El eslabón entre animales acuáticos y terrestres fue visto este viernes por millones de televidentes en el orbe. Michael Phels, un hombre, con patada de delfín, se sacó de una vez por todas Atenas de la cabeza y en Beijing igualó la marca del mítico Mark Spitz al ganar su séptima medalla de oro (13 entre 2004 y 2008) en los Juegos Olímpicos de la capital asiática.
Lo hizo en la prueba de 100 metros mariposa en un final para la que estaba predestinado. Y es que no pudo hacerlo con mayor dramatismo, apenas por una centésima (tiempo de 50:58) sobre un Milorad Cavic (50:59) que absurdamente no le arrebató a la “Bala de Baltimore” su cita con la historia.
Cavic hizo de kriptonita ante el invencible durante toda la competencia y mantuvo a Spitz como absoluto en los libros hasta el último metro de una piscina que se le hizo de goma. Inalcanzable en su estirada final -¿y su última brazada?- por tocar el sensor que Phelps sí alcanzó una centésima de segundo antes que el serbio. Un acto casi natural para quien vive prácticamente en el agua -Phelps nada 80 kilómetros por semana-.
Fueron 36 años los que tuvieron que pasar, desde aquellos Juegos de Munich 1972, para que surgiera otro tritón estadounidense capaz de acumular oro en su casillero cual chiquillo guarda calcomanías.
Técnicamente “La Bala de Baltimore” había igualado a Mark “El Tiburón” desde el campeonato Mundial de Melbourne, Australia, en 2007 con siete oros, pero estaba pendiente el impacto mediático que sólo se consigue con una justa Olímpica.
El susto para Phelps quedó en el agua. Cavic era el único que había nadado por debajo del tiempo del plusmarquista norteamericano en el año, lo había hecho en la ronda previa incluso rompiendo el récord Olímpico en 50:76, el mismo que el estadounidense quebró con su 50:58.
Pasado el sobresalto, lo de este viernes no hizo más que confirmar el abuso en que se convirtieron las pruebas de natación varonil en Beijing desde el 9 de agosto, con un albatros que aletea en extensión total de sus brazos de hasta 2.04 mts antes de convertirse en un delfín que se divierte aventajando rivales en nado subacuático, para emerger como tiburón hambriento de oro, que sólo deja lucha abierta para sentirse menos decepcionado con una medalla de plata.
Por eso, el octavo oro, que buscará en los 4 X 100 combinados, ya huele como cada uno de los ocho huevos fritos con tostadas que Phelps desayuna cada mañana. Esos que Phelps desayuna como medallas doradas. Una leyenda, mitad hombre, mitad pez, que sin duda hubiera enloquecido a Darwin.
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