Monterrey, N.L. / Mayo 17.-
Y las nubes camoteras se comieron al Cerro de la Silla. Puebla cabalgó en la tierra de las rayas con una franja inmensa, de aires de goleada, de cinco a tres global, en un partido en el que Monterrey volvió a despertar demasiado tarde, mientras que los poblanos, como en el Cuauhtémoc, hicieron la tarea temprano.
Si fuera por gritos y apoyo, por supuesto que los dirigidos por Vucetich estarían en semifinales. La afición arde de manera inversamente proporcional a su equipo en la cancha.
Porque es ahí, en el verde, donde Puebla se impone con personalidad y Monterrey es un fantasma. Por eso, de el gol tempranero, al minuto 13, en un centro de Osorno para la calva de ese tractor que se apellida Acosta. Un uruguayo de sepa, de esos que podrían vestir la camiseta charrúa y no avergonzar a nadie, al menos por la garra y pedazos de piel que deja en cada barrida.
Y es que, si Puebla debe a alguien su espíritu cherokee es a ese clón del Chelís que juega de central.
Acosta hace coberturas, barre, grita, faulea, vaya, es todo y todos le respetan. Es el Puebla de los levanta muertos, que trajo un vendaval que se convirtió en lluvia, hasta ocultar el Cerro de la Silla, y con éste, al inexistente equipo local.
José Luis Sánchez Solá se volvió a ‘comer’ al hombre de los tres títulos de Liga. Víctor Manuel Vucetich quedó atrapado en su naturaleza defensiva. Primero, sin opciones al frente, con un equipo cuadrado, donde Luis Pérez se pierde intentando ser el motor, Osvaldo Martínez, quien lleva un 10 en la espalda, que le pesa demasiado, y ni qué decir de Humberto Suazo, desesperado en su soledad, a tal grado que intenta resolver todo con un disparo desde tres cuartos de cancha. De pena está hablar de Aldo de Nigris, un aspirante a artillero que ni siquiera frente a la línea de gol puede acertar a la red.
Por eso, Puebla le dio un paseo, porque entre los Camoteros, a los que llaman veteranos, se les ve reverdecer. Hombres de treinta y tantos, desde la zaga hasta el ataque. Empezando por Duilio Davino, sí, el mismo que echaron del América porque ya estaba viejo y que hoy podrá ser soñado entre la artillería poblana. Ni hablar de La Bola González, ese trotamundos de Primera A, a quien hoy no le importa ser un todo terreno con tal de ser el primero que defiende en ese compacto equipo que conduce El Chelís.
De ahí que en la segunda mitad, el vendaval más negro cayó sobre Monterrey. Puebla ya había dado un paseo y así, entre toquecitos y el juego fácil, se puso 0-2 arriba.
Ante tanta alevosía, se esperaba el relajamiento de los Camoteros. Cierto que Monterrey se acercó, lo hizo con un golazo de Paredes, más producto de la fortuna y de las ráfagas de viento, que de ese espíritu que intenta transmitir la tribuna.
Monterrey volverá a tener que esperar, mientras que Puebla, vaya, se “comió” el Cerro de la Silla.
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