Monterrey, Nuevo León.-
La “muralla” universitaria se derrumbó mientras Othoniel Arce festejaba el gol (61’) que dio a los Rayados un rocoso empate (1-1).
Darío Verón personificó a la frustración y la calamidad. Líder de la zaga puma, el central paraguayo lamentó aquel inoportuno resbalón que propició un saque de esquina letal.
Por eso quedó de hinojos tras la serie de rebotes que finalizó con la anotación regiomontana.
Los dirigidos por Guillermo Vázquez fulminaron la racha de seis caídas seguidas en el Tecnológico, pero el sudamericano sabía que pudieron llevarse algo más que un punto.
Su anhelo pareció cristalizarse con la genialidad de Juan Carlos Cacho (26’). Justo cuando el Monterrey comenzaba a gobernar un partido que fue anárquico durante los minutos iniciales, el delantero auriazul mostró sus dotes de escapista y provocó que Ricardo Osorio se fuera de bruces.
Lo demás fue rutina para un hombre que ya suma 97 festejos en la Primera División.
El Monterrey es uno de sus “clientes consentidos”. El certero derechazo con el que venció a Jonathan Orozco le permitió celebrar su décimo tanto contra un equipo que ayer tuvo vestimenta de noble, pero funcionamiento de lacayo.
Su uniforme, inspirado en el que el Manchester United utilizó la temporada pasada, no fue suficiente para despertar a un grupo de virtuosos que parecen negados a formar una mágica orquesta.
Simples chispazos de César Delgado, Neri Cardozo, Walter Ayoví, Ángel Reyna y el novato Jesús Corona. Poco juego colectivo. Nula conexión con un público que desahogó toda su frustración cuando Arce extendió la pierna para vencer al nervioso y poco confiable Alejandro Palacios.
Aciaga tarde para el “Pikolín” arquero. Detuvo algunos intentos rayados, mas fue incapaz de contagiar seguridad a una zaga que tuvo mucho trabajo desde el silbatazo inicial de Miguel Ángel Chacón.
Los norteños propusieron un duelo a ida y vuelta, ritmo en el que el visitante ingresó sin darse cuenta. La velocidad de Martín Bravo y Javier Cortés, además de la astucia de Cacho, sirvieron para dar batalla la primera media hora.
Su ímpetu se esfumó con la precisa definición de Juan Carlos. Acicate para los Rayados y dardo que tranquilizó a unos Pumas peligrosos al ataque, pero endebles en el momento de defender su arco.
Verón lo sabía. Se desgañitó en pos de ordenar a Marco Antonio Palacios y Luis Fuentes, sus fieles escuderos en la batalla contra el variado arsenal del Monterrey.
Carlos Orrantia y Efraín Velarde también fueron obligados a replegar. Intentaron dar oxígeno a los felinos con sus salidas, de las que se generaron contragolpes, muy pocos para soñar con aniquilar a un conjunto que cayó en desesperación conforme avanzaron los minutos.
Sólo un error privaría del éxito a los auriazules. Eso explicó que Verón, la eterna “muralla” puma, se derrumbara luego del tanto que impidió la insurrección universitaria en un lienzo verde que, durante los más recientes años, es sinónimo de sufrimiento y calamidad para los felinos.
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