Guadalajara, Jal. / 28 Sept.
Quizá el golpe emocional resultó tan fuerte, que Efraín Flores no supo cómo festejar. Sólo eso explica la frialdad del director técnico del Guadalajara mientras la mitad de los poco más de 60 mil aficionados que acudieron al estadio Jalisco festejaban la anotación del reynosense Xavier Báez (55’).
Flores apenas atinó a juntar las manos, llevárselas a la cara y dirigir la mirada al cielo, mientras Juan Carlos Ortega —su auxiliar— era un torbellino de júbilo, de desahogo luego de días bastante complicados.
Y es que las Chivas apelaron a su estirpe para ganar (1-0) el clásico tapatío más importante de los últimos años.
La quinta victoria consecutiva sobre el Atlas pasó a segundo término. Lo realmente importante fue que el Rebaño Sagrado encontró la forma idónea de cubrirse sus heridas y salir a la batalla con el corazón por delante.
A final de cuentas, es lo único que le quedaba.
Por eso, el estratega rojiblanco no dudó en jugársela una vez más.
Debutar a Hugo Hernández fue una decisión temeraria, en especial por el respaldo que el equipo había manifestado hacia Sergio Rodríguez después de sus dos crasos errores ante el Atlético Paranaense.
Pero Flores tenía todo preparado para que el novato no sufriera como su antecesor.
Sin renunciar completamente al ataque, el Guadalajara saltó a la cancha con la premisa de recuperar el balón lo más lejos posible de su portería.
Los delanteros y volantes de las Chivas impidieron que Darío Bottinelli, Ariel Bogado y Gonzalo Vargas se conectaran.
A partir de eso, el equipo buscaría hacer daño con base en la velocidad de Omar Arellano y Alberto Medina.
Es cierto, por momentos parecieron estar muy solos, pero Ramón Morales, Édgar Solís y Báez tenían la misión de acompañarlos en veloces latigazos, como el que generó la anotación de la victoria.
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