Moscú, Rusia.-
La lluvia comienza a caer sobre el estadio Luzhniki cuando se anuncian los premios a lo mejor del torneo. Como si llorara por el resultado, quizá de alegría.
El primero en pasar es Mbappe, mejor jugador joven. Después viene Luka Modric, impasible, sin reír. La presidenta de Croacia, Kolinda Grabar-Kitarovi?, trata de consolarlo, pero no le saca ni un gesto, ser el mejor jugador del torneo no es suficiente.
Se anuncia a Kane como el mejor goleador, es abucheado. Después Courtois como el mejor portero. Los croatas, dignos y orgullosos, esperaron más de 30 minutos para recibir las medallas de segundo lugar, ningún gesto de desaprobación, ningún berrinche.
Y la lluvia arreció, no respetó ni a Infantino, menos al presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien fue recibido con división de opiniones. La lluvia sigue. Lo hace cada vez más fuerte. Jugadores y directivos están empapados.
Hasta que llega el momento. Infantino toma la Copa, antes de dársela a su nuevo dueño, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, la besa con amor, la mandataria croata, ve con nostalgia. Ya es una tormenta la que cae sobre el Luzhniki.
Y llega el momento. Entre un mar de jugadores azules, Infantino pasa y le entrega el trofeo a Lloris, ese trofeo que alguna vez fue de Deschamps y Zidane, hoy es de Deschamps, Pogba y compañía.
No deja de llover sobre el Luzhniki… Quizá es de alegría, quizá es de otra cosa. El Mundial de Rusia llegó a su final.
Se oyen truenos, quizá sean cohetes. Los papelitos dorados se pegan al cuerpo de los franceses, están empapados, no les importa…. Cada uno posa con la copa, esa que se ve y no se toca, pero que ahora es suya, suya por cuatro años.
Modric y los hijos de la guerra de los Balcanes se han ido, nada los hizo sonreír. ¿Son lágrimas o la lluvia que corre por sus mejillas? Moscú lloró en la final…. Habrá que entender por qué lo hizo.