México, D.F. / Marzo 3.-
Esta historia huele a nostalgia. A chalupas de La Experiencia, Jalisco, a tierra de Pentecostés, Texcoco, a canciones de León, Guanajuato. Huele al síndrome mexicano, a Jamaicón. Es el eterno retorno, da lo mismo el nombre que se tenga: Alberto García Aspe, Francisco Fonseca, Carlos Ochoa, Manuel Vidrio, Germán Villa y el más reciente, Omar Bravo, todos viajaron a la conquista de futbol lejano, todos, volvieron sin una loa.
Documentado, el síndrome del Jamaicón se acuñó meses antes del Mundial de Suecia 58. “Cómo voy a cenar si tienen preparada una cena de rotos. Yo lo que quiero son mis chalupas”, aquellas de La Experiencia, Jalisco, “unos buenos sopes y no esas porquerías que ni de México son”, fue la respuesta contundente de José Jamaicón Villegas al técnico Nacho Trellez, entonces técnico del Tri, en una gira por Lisboa, que lo marcó como el pionero de un camino ampliamente imitado.
De carácter tosco, rostro agrío y zurda comprobada, a Alberto García Aspe se le auguraba un éxito rotundo en el River Plate de Argentina. Expectativas que se esfumaron porque el Beto apenas alineó y estuvo de vuelta antes de seis meses en el futbol de casa.
La calidad no lo es todo y no sólo hablando de futbol. Antes que el Jamaicón tuviera sus líneas de drama, Silverio Pérez sucumbió a la presión que se vive lejos de casa. Era 1945 y el mexicano estaba programado para alternar con los monstruos del mundo taurino: Armillita, Domingo Ortega y Manolete. Pero los estremecimientos pudieron más y Silverio presentó un certificado médico en el que decía que veía doble, con lo que pudo volver cuanto antes a México, a su Pentecostés, Texcoco.
Claro que la historia es más conocida en futbolistas. Ahí están Carlos Ochoa y Manuel Vidrio. Recomendados por Javier Aguirre al Osasuna, siguieron al timonel a la Liga de las estrellas en 2002. Ambos con los mismos resultados. De vuelta en Pachuca, Hidalgo, a los seis meses, por supuesto sin la bravura que Aguirre presumió que tenían en territorio nacional.
Y es que tampoco ser valiente asegura el triunfo en tierra extraña. No importa la época, a veces ni el deporte. Rodolfo el Chango Casanova, era una fiera del boxeo contra el que le plantara cara en territorio nacional, pero que perdía bravura apenas cruzaba las fronteras lejos de su León, Guanajuato.
Y quién podría dudar de la bravura de Germán Villa, un todo terreno con América y Necaxa que apenas perdió el apoyo de su técnico en su excursión por el Espanyol, regresó a México a cobijarse en el nido. De Francisco Fonseca ni hablar. Kikín cargó con todo y familia y aún así fracasó en el Benfica de Portugal.
En pleno siglo XXI, salvo contadas excepciones, el síndrome del Jamaicón se manifiesta con otro jugador que tuvo su mayor gloria ahí, “donde se dan los hombres”: Omar Bravo, que lo mismo termina o empieza esta historia que huele a lo mismo, a nostalgia pura.
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