Cd. de México.-
“Jason Bourne” (2016), noveno filme de Paul Greengrass, especialista en el estilo que el teórico David Bordwell definió como “continuidad intensificada” (suma de brevísimos planos visualmente presentados con elementos mínimos para acciones que exigen continuidad con cada elemento posible: cámara en mano, montaje ultra exacto, expresiones faciales reducidas a su esencia; todo lo que incluye el encuadre que jamás deja de moverse), y cuarto de la saga inspirada en las novelas de Robert Ludlum —sin contar el pavoroso reboot “El legado Bourne” (2012, Tony Gilroy)—, que iniciara Doug Liman en “Identidad desconocida” (2002) y retomara Greengrass en “La supremacía Bourne” (2004) y “Bourne: el ultimátum” (2007).
Ahora, sin novela de base, Greengrass y su coguionista Christopher Rouse hacen un pastiche original que recupera la narrativa de Ludlum (lo que no supo o no pudo hacer Gilroy a pesar de haber sido el guionista previo de Greengrass en la serie), para reciclar a este agente operativo, Bourne (Matt Damon), sin memoria de cómo se convirtió en una poderosa máquina humana de matar y que va recordando su vida. Por supuesto, es una historia donde el personaje es la acción y por ello es imposible que tenga un momento de reposo o de reflexión. El personaje es puro vértigo, velocidad; vive siempre alerta.
Greengrass hace de principio a fin un vertiginoso filme. Sobre todo, actual. No es casual la alusión al tema Snowden y a las operaciones encubiertas que supuestamente maneja la CIA por todo el mundo. Tener un pie en lo real y otro en la narrativa de uno de los maestros del género, da para un espectacular thriller que en momento alguno decae ni da pausa, confirmando que el personaje dramáticamente más sólido, con diálogos justos y siempre en movimiento, crea la mejor acción.
“Un secreto entre nosotros” (2015), debut del guionista-director Andrew Renzi, se concentra en la mercurial presencia de Franny (Richard Gere), quien siente que debe intervenir en la vida de la joven pareja formada por Olivia (Dakota Fanning) y Luke (Theo James), como intento para compensar lo que le sucediera en el pasado con Bobby (Dylan Baker) y Mia (Cheryl Hines). Estudio de personalidad que se sostiene sobre las acciones y las emociones, cuenta cómo los hechos vitales que Franny cree controlar pero, por supuesto, no controla, lo vuelven antes que el benefactor que dice ser, un obsesivo cuyas acciones oscilan entre la impertinencia, la intimidación, la crisis mental-emocional y la simple expresión de sentimientos en carne viva.
Renzi hace un melodrama que, al igual que su personaje central, va de la contención a la exageración, de lo genuinamente humano a la exacerbación de clichés innecesarios para la profundidad de lo que proponía.
“El club de las madres rebeldes” (2016), segunda cinta en solitario del tándem de guionistas de la trilogía ¿Qué pasó ayer?, especialista en comedia, Jon Lucas & Scott Moore, es otra desquiciada incursión contra las reglas de la vida políticamente correcta ante las que se rebelan tres madres, Amy (Mila Kunis), Carla (Kathryn Hahn) y Kiki (Kristen Bell). Como en todo film similar, aquí hay una abundancia de gags para afirmar esa rebeldía adulta que, como premisa, apenas es una adolescencia expandida. Asimismo, el irregular estilo de los directores la hacen una comedia del montón y no la inteligente sátira sobre la abundancia de reglas en un mundo disfrazado de liberal próximo al fascismo más vulgar y corriente. Una idea interesante para interesantes personajes traicionada por las ganas de hacer reír a como dé lugar.
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