México, D.F. / Noviembre 3.-
Los temas podrían ser muchos, pero el tiempo que pasa para hacer vida y pesa cuando se acerca la muerte, fue el elegido por el cantautor argentino Fito Páez.
Cerca del medio siglo de vida y con treinta años de carrera, si bien resultó una sorpresa ver una nueva faceta del escritor de prosa, luego de pensarlo un poco, era lógico que este geniecillo experimentara con las palabras de otra manera, muy suya, demostrando que bien pudiera hacerle competencia a cualquier catedrático universitario.
El experimento comenzó, o más bien siguió, tras aceptar la invitación del Tecnológico de Monterrey para ofrecer una charla en el primer Ciclo de Conferencias con Líderes Académicos en Asuntos Estudiantiles.
El Campus Ciudad de México y un reducido grupo tuvieron el privilegio de compartir por espacio de una hora con el artista –aunque no le gusta que le llamen así.
“Tiempo al tiempo: Diálogos con Fito Páez” fue como se tituló la charla, en honor a una de las canciones de su última producción: Confiá. Con un libro de Sandor Marai, a su lado y una laptop al otro, arrancó la plática.
“Pensaba en la idea de darle tiempo al tiempo, que es lo único que se nos es quitado y que al mismo tiempo es el elemento con el que esculpimos nuestra vida. Pensaba en el Día de los Muertos. Pensaba en los libros de Sandor Marai, y en que era un buen tema para abordar el tiempo, las expresiones artísticas y el cacareo que está ligado a la pasión… y como la muerte se lleva todo al final”, comenzó.
La pasión del cantautor
Y así leyó primero sobre lo que dijo, es la materia que mejor conoce: la música, con sus propias reflexiones sobre dos de los autores que más lo han influenciado Astor Piazzolla y Antonio Carlos Jobim, dos autores latinoamericanos, argentino el primero y brasileño el segundo, a los que trató como ejemplo de lo que entiende como pasión por vivir, para después, dijo, ligarlo de algún modo con la paulatina disminución de ese sentimiento que cuando se apaga, se convierte en la muerte.
“Astor Piazzolla formó parte junto con Antonio Carlos Jobim de una de las más extraordinarias revoluciones producidas en la música americana del siglo pasado. Eruditos y populares, entrevelaron todo con alegría, genio y astucia, pero sobre todo sin miedos. Ambos arrancan de cuajo el concepto de ‘pureza’, término utilizado en infinidad de debates, en diferentes ámbitos y de maneras estériles. Piazzolla y Jobim se animan, o la época les anima a expandir el lenguaje musical más que a condenarlo a vivir en uno u otro barrio: la academia y la calle”.
Las obras de ambos autores fundaron una nueva forma de vincularse con la tradición y la modernidad en pleno siglo XX. La samba y el tango musicalizaron obras no solo de cantantes sino de escritores y entendieron que “la música y las palabras son herramientas de expresión y liberación de todo lo que maravilla y oprime. Salud entonces por la obra de estos chamanes artistas que alumbran para siempre a América y al mundo”.
La pasión de Piazolla y Jobim, como la de Charly García entrando con un ramo de rosas en la boca y sentarse a tocar el piando mientras el chico Páez lo veía desde el público, fue lo que lo despertó a jugar fuerte, a comenzar a ser lo que es hoy. Tanto como lo hizo Almodóvar.
El lenguaje del cineasta
“Almodóvar es el más grande artista pop contemporáneo. Sus diálogos se meten en todas las casas del mundo. Equívoco y perfecto a la hora de contar, pone en funcionamiento todos los mecanismos de la narración, incluido el azar, las formas de hablar popular y los contactos con la historia. Es el gran autor emocional, el chaman moderno; es el primer escritor en español que filma sus historias haciendo todo lo que querría haber hecho Manuel Puig.
Para Páez, Pedro Almodóvar es un revelador de verdades, uno de esos artistas a los que el tiempo amplifica y los expande en cualquier dirección. Y cómo no, si esa es otra parte de su personalidad, la de contador de historias.
En Almodóvar, Páez ve a un hombre curioso por distintas realidades, desintoxicado de prejuicios –posiblemente lidiando con ellos también-, pero puro en sus fotogramas, puro al revelar verdades, miserias, virtudes humanas, esencias, implacable para la comedia, el dramón y su sentido del humor como uno superior.
Y la música en sus películas, es fundamental; una música que se viste de orquesta pero también de los géneros populares. “Es de la raza de lectores que incorporan la música a la gran partitura emocional que representa toda la ingeniería cinematográfica. Si bien en muchas ocasiones es protagonista, la música funciona dentro de la gran telaraña de sonidos ambientales, diálogos, silencios, luces y sombras como un elemento más del relato”, cuenta.
De lo que se trata es de vencer las barreras y vivir. “Almodóvar es una fascinación de mi época”. Y es que en su percepción, personas como él ponen en escena la vida, el mundo, con pasión. “El mundo al final, se trata de eso, de que los artistas toman algo esencial de la tribu humana, lo ponen en escena y logran conmocionar, atravesando todo tipo de escollos y mostrando las emociones a pesar de los inconvenientes que nos generamos para estar conectados con las emociones”. Son pocas las personas que logran sobrepasar a un mundo que hace presión para que las cosas no se muevan y demostrar que vale la pena estar aquí, para intentar darle un segundo más de vida al último ser humano que quede en el mundo. Algo en lo que quizás no creyó Sandor Marai.
Escribir… y ser, hasta morir
En el espacio aéreo cercano a México, justo arriba de su sobrevuelo por San Diego, California, Fito Paéz leía los últimos versos del Diario de Sandor Marai, un ejemplo duro, lúgubre como él dice, de lo que pasa cuando la muerte vence la pasión y las historias. Y ahí, cerró la vuelta al círculo que inició.
“El sinsentido de la muerte, le da sentido a nuestras expresiones y decisiones en nuestro mundo… o puede hacer que las decisiones que tomamos sean mejores, al ser conscientes del fin absoluto de la idea del Yo; hace que valoremos una mirada, un abrazo, un encuentro, cualquier acto en la vida que nos recuerde que estamos vivos”, dice Páez.
El libro del escritor húngaro, nacionalizado estadounidense, Sandor Marai “Diarios 1984-1989”, fue el último para el autor, que poco después de escribir la última página, se quitó la vida en 1989 en su exilio en San Diego, California – Poco después de su muerte caía en 1989 el muro de Berlín-. Pensaba Marai de su existir que “tal vez la única obligación de mi vida y de mi trabajo como escritor sea elaborar el proceso de esa desintegración”.
“Diarios” es una impresionante y nada complaciente lectura, anotaciones inteligentes de un hombre que está terminando su vida, que, además, está queriendo terminarla. Se ha muerto su mujer de toda una vida, llegan las enfermedades, se siente solo y además le gusta la soledad. Sigue escribiendo con sinceridad y libertad lo que piensa cada día, hasta el día final.
“No protesto por la muerte, pero no deseo para nada morir.”, escribía Marai. Quizás por eso este cierre que da Páez, que si bien no está nada cerca de dejar el mundo, al menos no en lo que a las estadísticas de vida toca, sí siente ese dolor que es pensar en que se termine la pasión.
Su vida no ha sido sencilla, de hecho tampoco muy afortunada en lo que a las relaciones familiares se refiere; eso marca. No conoció a su madre, murió antes de que tuviera edad para recordarla; pero el amor de madre fue compensado con el de dos tías que lo cuidaron y con quienes vivió junto a su padre, quien también joven, murió un 24 de diciembre. Sus tías lo harían más tarde, asesinadas mientras él estaba de gira. Algunos matrimonios e hijos, y eso sí, muchos amigos, han completado el escenario en el que interpreta su vida.
“La vida de Sandor, y su muerte, me hace pensar que es una suerte estar vivo, y pensar en que nadie conoce el origen de la vida. También me hace preguntarme qué estamos haciendo aquí y ahora –y se responde él mismo-: estamos quitándonos la máscara de la vanidad, del ‘artisteo’, de lo importante que nos creemos que somos… estamos nombrando que el mundo no necesita de nosotros y que estamos agradecidos de compartir cosas como estas”, comparte.
Y en ese quitar de máscaras, le parece que es una de las cosas fundamentales que tiene que hacer un grupo de gente en el mundo, al final, es nombrar la idea de la muerte porque eso, dice, alumbra la vida… y va a hacer que sea mejor el mundo…
“Disfruto la posibilidad de estar en el mundo y de llevar la vida que tengo. Agradezco a las circunstancias…”, finalizó el ‘profesor’ Fito Páez.
Escribir, dirigir, actuar y Dios…
Y como por gusto, sin corregir, “a la Bartola” como dice Páez, leyó para la audiencia un breve escrito sobre tres verbos y su Creador. Lea “Escribir, dirigir, actuar y Dios” en la sección de Firma Invitada, del Portal Informativo del Tecnológico de Monterrey.
(Redactó Deyanira Meza /Agencia ITESM)
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