Hawái, EU.-
Este artículo es interesante porque hay dinosaurios en él —uno que se mueve, al menos—, también un volcán activo en una isla —cuya preocupación no alcanza para evacuarla— y, sobre todo, porque todo lo anterior es real.
La ciencia ficción tiene esa cualidad: representa fantasías con la idea de que, por más imaginarias que parezcan, nos ubiquen en escenarios que podrían ser reales.
Claro, esa realidad suele ser más cruel. Por eso mientras se proyecta la nueva cinta de “Jurassic World: El Reino Caído” en un complejo de Honolulu, en Hawái, todos los espectadores piensan: Kilauea.
El gobierno de esta isla en medio del Pacífico acaba de lanzar un comunicado en el que invita a los turistas a regresar a Hawái: “Los hoteles están llenos”, miente.
El Kilauea es el volcán más activo y ha ahuyentado a todos desde inicios de mayo pasado, cuando agrietó la tierra con gases tóxicos y roca fundida, llevándose una veintena de casas. Eso es algo que no sucedía desde 1855.
Una isla en alerta
La nueva película de Jurassic World es un esbozo de lo que sucede en Hawái, en donde se rodó. Este jueves, en México la gente podrá ver un gran volcán en erupción que amenaza a los dinosaurios recreados en la era moderna y que habitan en una isla; en una inminente segunda extinción.
En las escenas iniciales, un volcán despierta y los protagonistas se ocultan en medio de una estampida de dinosaurios.
Ese lugar en la vida real es Kualoa Ranch, una reserva natural de 4 mil acres (la mitad en extensión de la delegación Cuauhtémoc), a 38 kilómetros del centro de Honolulu.
No tiene un volcán sino grandes zonas montañosas y un terreno enorme en donde han corrido dinosaurios digitales desde 1993, cuando el mundo vio por primera vez “Jurassic Park”.
Es un sitio imponente, con un sol que lo toca todo, bajo un cielo azul apantallante. Nadie puede ocultar su asombro.
“Dios mío, desearía tener mis pinturas y mi caballete. Tráiganme de nuevo, se los ruego”, bromea Jeff Goldblum con EL UNIVERSAL.
Él formó parte de la primera entrega de la saga. Su personaje era un matemático que prevenía sobre la teoría del caos. Los seres humanos no podemos simplemente jugar con la naturaleza, advertía.
El clima caótico visto en la versión del Kuloa de “Jurassic World: El reino caído” (lugar que supuestamente es una isla en Costa Rica) no tiene nada que ver con la realidad hawaiana. Estamos sobre una montaña con una vista interminable, en donde el Kilauea no amenaza.
Ese volcán inquieto está en el Parque Nacional, del otro lado, a 341 kilómetros; más o menos la distancia que hay entre la Ciudad de México y Acapulco. Hawái no es sólo una isla, es un archipiélago.
“Jurassic Park lo rodamos cerca de aquí, pero a este lugar justo, no había venido desde séptimo grado, con mis padres”, recuerda Jeff.
En medio de la nada
A Chris Pratt le gusta la brisa del sitio, dice que lo hace sentir “en medio de la nada”. Es un aire sutil que, por momentos, se torna tempestuoso; en este lugar hay sol y al minuto llueve.
Para entrevistarlo, junto con su coprotagonista, Bryce Dallas Howard, hay que esperar un buen rato. La lluvia arruina el paisaje en su stand, al que hubo que llegar, como en el de Goldblum, en jeep.
Los actores aguardan pero, apenas cesa la lluvia, hablan…
“El hombre no es dueño de la naturaleza”, reflexiona Bryce cuando se le menciona “volcán”; el ficticio y el real. “Estamos en este planeta, pero debemos tener una relación simbiótica y de respeto”.
Goldblum ve ahí la metáfora de Jurassic, para él la magia de la saga está en la revisión ética que suele hacer entre los seres humanos y su trato con la naturaleza.
“Tenemos que ser muy inteligentes, ahora más que nunca, especialmente en nuestros logros científicos en armamento y ajustes genéticos; tenemos que ser moralmente cuidadosos”, exhorta.
Batalla de dioses
Juan Antonio Bayona, director español que rodó esta cinta, viene agitado a su entrevista; sabe bien de las inclemencias naturales.
Llega muy tarde pues hubo un retraso en su viaje eterno rumbo a Hawái y, para colmo, la lluvia despertó aún más el tránsito denso que padece la isla. Lo que no sabe es que eso no es malo.
Los primeros nativos de Hawái creían que la diosa Pele dominaba el fuego, la luz, el viento y los volcanes; ella se oculta en el Kilauea. Su rival es Poliahu, dios de la lluvia, el único que puede calmarla.
El aguacero es buena señal.
“Todas las historias de Jurassic te hablan de esas líneas rojas que no debes cruzar entre la naturaleza y el hombre. Yo quise convertir esa especie de cuento moral en uno de hadas; con castillo, una princesa y dragón”, detalla.
El dragón en su cuento es un dinosaurio modificado genéticamente, pero hay muchos otros en la cinta; salvarlos implicará un dilema.
En Kuloa Ranch no hay registros de dinosaurios, sólo aves del Cuaternario (mucho después del Jurásico). De pronto se escucha uno: es una botarga estúpidamente verosímil por sus artilugios robóticos (sonidos, ojos y cola). Todos se acercan. “Cuán interesante nuestro apetito por saber de dónde venimos”, reflexionaría Jeff minutos después.