México, D.F.-
Los aplausos ensordecen el intento de Plácido Domingo por advertir a sus admiradores que esa noche, quizás, no sea su mejor noche en el Auditorio Nacional.
El público guarda silencio y escucha la noticia: “un catarro inoportuno” ha maltratado el instrumento de uno de los tenores más influyentes del mundo de la ópera, pero promete cantar con el alma y “con todo lo que puede”. El aplauso regresa, esta vez, con más sonoridad.
El alma puede más que el catarro, no sólo canta ocho obras consideradas en el programa, sino otras ocho fuera del repertorio, incluido “El rey”, de José Alfredo Jiménez y “Granada”, de Agustín Lara.
El tenor que ha empezado a interpretar papeles de barítono, después de cambiar su vestimenta negra por un traje de charro, pide a los mexicanos de la “mitad de su patria” que lo ayuden a corear: “Con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley”. Sonríe, alguien dice: “¡Viva México!”, él responde al grito, qué viva.
Plácido Domingo, quien actualmente es director general de la Ópera de Los Ángeles, canta desde arias como Winstertürme, de Die Walküre; musicales como “The Impossible Dream”, de “Man of La Mancha”, y boleros como “Júrame”, de María Griver.
Nadie parece notar al inoportuno, quizás ni el tenor.
A la cita para festejar los 60 de vida del Coloso de Reforma también acuden las sopranos Micaëla Oeste y Angel Blue, y la cantante Guadalupe Pineda, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, bajo la batuta de Eugene Kohn; el Mariachi Vargas de Tecalitlán y la bailarina Núria Pomares.
Al tenor le gusta decir que en el escenario no sólo se necesita de una gran voz y una gran técnica, sino sobre todo de temperamento. Ahí, en donde muchas veces ha cantado, demuestra una vez de lo que habla, se estremece, llora, actúa, no es Plácido, el cantante más famoso, ni el que rompió la marca de Enrique Caruso al tener 21 noches inaugurales en el Metropolitan Opera, es el hombre que le canta a su amada que lo quiera, que lo quiera hasta la locura para que así sepa la amargura que está sufriendo por ella.
Es también el caballero de cabello cano que reparte besos a las mujeres que lo acompañan, que las abraza y las acerca a su pecho para juntos cumplir con el principio de la música, transmitir una emoción.
El público, que ha llenado el recinto, no es inmune a su entrega, le aplaude, le ovaciona, le pide otra, incluso le sugiere temas en un arranque de empatía y desmitificación. “Esta les va a gustar más”, responde Plácido.
El reloj marca casi las 23 horas, parece que no quiere irse.
Le pide a Guadalupe Pineda cantar juntos “Paloma querida”, después con las sopranos hará una solicitud al público mexicano a través del aria “No te olvides de mí”.
El inoportuno no aparece durante la velada, el cantante lo sabe, entra y sale del escenario para agradecer la respuesta de la gente que no lo quiere dejar ir. Vuelve por última vez, regala “Granada” y se despide de quienes le agradecen de pie.
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