México, D.F. / Mayo 5.-
Ella nunca pensó escuchar de su pequeño hijo Rodrigo esas palabras, una petición, un lamento: “Mamá, por favor, ya no quiero más vacaciones. ¡De éstas ya no mami por favor!”.
Mayra lo abrazó. Le acarició enternecida la cabeza. Le prometió: “No hijo, ya no habrá más de éstas. Ya pronto regresarán a la escuela”.
Pero, confiesa, lo dijo más movida por el cariño, por la fe, que por la convicción. Sabía ya que el retorno de los pequeños a las aulas será el lunes de la próxima semana. De lo que ella, como muchas, muchos no tiene la certeza es que las clases no tengan que suspenderse nuevamente en el futuro.
“Son mis peques todo para mí. Por ellos, para ellos vivo. Por eso, desde el primer día de la alerta me puse a buscar la vacuna contra la influenza. Ya me habían dicho que no serviría de mucho pues se trataba de un virus nuevo, pero, me dije, con algo, con todo lo que pudiese les iba a proteger. No encontraba por ningún lado, pero insistí, hasta que pude vacunarlos” platica Mayra.
Después, días y días, hasta cumplir diez, encerrados. Horas y horas juntos. Ella, alarmada, ellos, los dos chicos, cada vez más desesperados.
“Primero como que la pasaban o trataban de pasarla bien. Veíamos películas, jugábamos. Pero no salimos a ninguna parte. Sí, puede que me digan que soy sobre protectora, no me importa. Ahora sí que más valía, más vale prevenir que lamentar” agrega.
Diez días, hasta que el domingo pasado, ella y sus familiares se pusieron de acuerdo, decidieron romper el aislamiento, interrumpir brevemente los enclaustramientos. Se reunieron en casa de una de sus tías. Comieron carne asada. Brindaron. Se lavaron constantemente las manos. Charlaron…inevitablemente, de la epidemia, de los rumores, de las experiencias, de lo que ya no se olvidará.
Pero llegó el momento del retorno a casa. Y este lunes por la mañana, el siempre vivaz, juguetón Rodrigo, el que tanto goza…o gozaba de los fines de semana, de los puentes, de los días de descanso, entró a la recámara de su mamá, y con el hastío, la tristeza, la inocencia, le dijo a quien siempre está ahí para escuchar, para tratar de complacerlos: “…¡Ya no quiero de estas vacaciones!”.
Una frase que se repitió miles, millones de veces. Un lamento lo mismo en voces infantiles, juveniles, que en las de los adultos que ya son estudiantes universitarios.
“Estábamos por entrar a exámenes. Teníamos, tenemos que entregar trabajos. Y pues a querer o no, estamos perdiendo el tiempo. Y no sabemos cómo se va a reponer, que es lo que va a ocurrir. Hemos tratado de estar lo mejor posible en familia. Mi hermano Carlitos, de diez años, ya no se aguante el pobre. No hay adónde llevarlo. Mi papá decidió que no era prudente irnos de la ciudad en el puente. Sí, si ha servido todo esto para que estemos juntos, para que convivamos, pero en estas condiciones, no deja de ser como que impuesto y…y eso hace que la convivencia no sea del todo fácil” dice Elizabeth de la Vega, estudiante de Comunicación.
Vacaciones forzadas. Nunca antes, los videoclubes habían tenido tanta demanda. Todos los días hay en ellos aglomeraciones. Se agotan las películas rápidamente. Llama la atención que una de ellas no aparece por ninguna parte, es de las más buscadas: “Epidemia” con Dustin Hoffman. Y nunca antes, los supermercados habían representado para los chicos un centro de distracción, un motivo para estar contentos cuando acompañan a los mayores.
Enclaustramientos que han tenido aspectos positivos y negativos. Y que este mismo lunes hubo quienes decidieron suspender por unas horas.
“Sí, hemos podido estar juntos con los niños mi esposa y yo. Y platicar entre nosotros. Y darle una arregladita al departamento. Normalmente, casi no nos vemos, ella se va las siete de la mañana a trabajar, regresa a las dos, cuando yo entro a la chamba pasa retornar a las dos de la mañana. Lo malo es que nos hemos quedado sin ingresos, pues para nosotros esta ha sido doble contingencia” señala Oscar Ramos, barman en un restaurante de Palmas. Su esposa Victoria es mesera.
Viven en Naucalpan. Hoy ya no aguantaron. Se dijeron que algo tenían que hacer contra la rutina, que deberían salir con sus hijos a pasear aunque fuera a la Avenida Juárez. Y lo hicieron. Caminaron largo rato. Se detuvieron, se sentaron en una banca a descansar, a pensar. Y por un momento se quitaron los cubrebocas, dejaron a un lado el miedo, se besaron, dieron paso al amor…el que se ha fortalecido, el que les ha ayudado, el amor en los tiempos de la influenza…
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