Madrid, Esp.-
Llegas a la capital española y, al primer contacto con la gente de a pie, escuchas su expresión frecuente de dolor por la crisis económica.
Causa asombro la inflación de 7.5 por ciento, que es el peor registro en tres décadas. Pero de pronto reparas de inmediato también en un término propio de los economistas letrados, pero no de los sufrientes ciudadanos comunes: Estanflación, el cual fue supuestamente utilizado por primera vez en 1965 por Iain Macleod, entonces portavoz económico del Partido Conservador del Reino Unido.
“España pasa por una severa estanflación”, exponen en los claustros académicos los bien enterados y los conocedores de este fenómeno cuando acceden a los medios informativos. Pero, igualmente, la palabra causa polémica y hay quienes descartan que el término pueda tener vigencia aquí en estas fechas. Los puntos de vista varían, porque la estanflación se usa para describir una situación caracterizada por dos aspectos muy claros: l.- Subida o alza de precios generalizada y persistente. 2.- Un estancamiento, al mismo tiempo, en la producción, si no es que una recesión.
Inflación con estancamiento es lo que algunos hallan aquí, al percibir un crecimiento débil, casi nulo, que le pega en la mera nariz al desempleo y complica las cosas con el aumento de los precios de los energéticos, principalmente, lo cual redunda en otros artículos necesarios para la vida diaria. Por eso el gobierno del presidente socialista de España, Pedro Sánchez, sigue promoviendo planes de apoyo directo y una necesaria reducción de impuestos y créditos públicos a empresas y familias ante la desbandada hacia arriba de los precios de las tarifas eléctricas y de los combustibles, especialmente a partir de la guerra rusa-ucraniana. Y ni con esos paliativos están conformes los consumidores mostrando un abierto desafío a la autoridad, como los ganaderos, los agricultores y los del sector del transporte que afectaron a muchos con su huelga que impidió el abastecimiento de mercancías y productos básicos en algunas regiones: Sevilla y Córdoba, al sur del país, entre otras.
“Nada más hay que ver cómo pagamos los recibos de la electricidad en 400 por ciento más que hace un año, y la gasolina o el diésel 80 por ciento más que hace seis meses”, argumentan los entrevistados, casi al unísono, considerando que en otros sitios de España la canasta básica se paga 30 por ciento más que en marzo del 2021, mientras que los sueldos no corren parejos con los aumentos de precios. Las muestras de desesperación las ponen los negocios y fábricas u hoteles que no tienen el soporte financiero de los bancos o los comercios de barrio que aquí son privilegiados por la gente, y no se diga los llamados “trabajadores autónomos” que van pasando el día a día con muchos sacrificios.
“Vosotros en México no tenéis la crisis que estamos sufriendo aquí”, comenta una mujer, al descubrir que tomamos nota para un medio informativo de Monterrey, en la parada del autobús, a un lado de la Puerta de Alcalá. “No, tío, esto no tiene nombre”, argumenta cuando le decimos que la inflación en el país azteca anda en cifras arriba de 7, con los precios por las nubes del aguacate, el limón y otros artículos básicos. Pero ella no atiende otras realidades e interpela a un grupo de amigas que le rodean a que platiquen su historia.
La política aquí también juega su parte, pues el presidente Pedro Sánchez atribuye a la derecha, encabezada por Vox –y dice él que también a los que quieren ofrecer su apoyo a Putin–, la ferocidad de los transportistas y los alegatos de los manifestantes que son convocados a llenar las calles a protestar. Pero la realidad que pega en el bolsillo tiene otro acento, pues los pagos por la electricidad alcanzaron 500 euros el megavatio hora (MWh) de media en el mercado mayorista y el costo de los hidrocarburos sigue hacia arriba, como en toda Europa, aunque en varios otros países se han adoptado medidas para no golpear tanto al consumidor, como en Alemania e Italia o en Polonia.
Los españoles lamentan que de por sí fueron de los europeos más golpeados por la pandemia del COVID-19, junto con Italia, como para seguir ahora con la alta inflación y el estancamiento productivo de empresas y negocios, algunos de los cuales, por su estrechez financiera, han preferido bajar las cortinas ante las bajas ventas y problemas el desabastecimiento de productos debido al paro de los camioneros.
Pero no puede dejar de tomarse en cuenta también la presión que sobrelleva España con la inmigración de quienes huyen del hambruna, la guerra y la persecución política en Siria e Irak y Libia, junto con otros países africanos, además de los numerosos latinoamericanos que han llegado aquí en busca del sueño europeo. Pero ahora este país, de 47 millones de habitantes, ha empezado a ser refugio de unos 60 mil ucranianos, a quienes se brinda hospedaje en multifamiliares desocupados y atenciones especiales de todo tipo, mientras que el gobierno de Pedro Sánchez decretó la expulsión de unos 25 diplomáticos de Rusia.