Washington, D.C. / Diciembre 7.-
Las cosas no deben ser plácidas ni placenteras para el todavía relativamente nuevo presidente de Estados Unidos. Con una rapidez que no sorprende pero sí asombra, el inquilino de la Casa Blanca ha perdido en las encuestas para rebasar ya —hacia abajo— la línea psicológicamente importante de los 50 puntos de aprobación, y eso que aún no consigue siquiera una parte de su ambiciosa agenda de política interior. En lo exterior, la redefinición de la estrategia militar en Afganistán bien puede convertirse en la piedra de toque de su Presidencia y en el parte aguas para el futuro del imperio americano.
Es tal vez demasiado pronto para analizar el plan de salud de Obama, pues el debate legislativo puede transformar su propuesta y convertirla en un Frankenstein o en un proyecto transformador del sistema de seguridad social y de atención y prevención médica que está verdaderamente roto. La nación más poderosa del mundo no ha logrado acabar con la discriminación y marginación de ciertos sectores de su sociedad. Lo que en un inicio fue para los indígenas lo fue después para los negros, en menor grado para latinos y asiáticos. Pero más allá del origen étnico o nacional, persiste en EU la más terrible marginación de un amplio sector que no tiene acceso a la seguridad social.
Hasta ahí el plan de salud de Obama, con el que ya tendría para estar más que ocupado y que por sí solo bastaría para llenar cualquier ambición reformista de un presidente de nuevo ingreso.
Sigue en su lista la administración de una crisis que no fue de su hechura pero que le ha costado muy cara en el frente interno. La Gran Recesión, como ya la llaman, ha dejado secuelas que tardarán en sanar, y que seguramente afectarán para mal a los demócratas en las elecciones intermedias de noviembre del año próximo. Por más rápido que llegue la recuperación, que a diferencia de la Recesión se escribe siempre con minúsculas, los votantes descargarán parte de su ira, su rencor y sus temores en el partido en el poder, al que le ha tocado diseñar el plan para salir de la crisis, con su éxito muy limitado hasta ahora.
Pero donde Obama verdaderamente se está jugando el todo por el todo es en Afganistán. Esta guerra tiene todo para convertirse en el nuevo Vietnam. Un enemigo elusivo, un gobierno aliado desacreditado y con mínima legitimidad, una opinión pública escéptica y una definición verdaderamente amplia de lo que puede ser la derrota, y mucho más estrecha de lo que significaría la victoria.
Ya desde su campaña Obama había hecho una distinción fundamental entre Irak, a la que él llamaba una guerra opcional (a war of choice) frente a la de Afganistán, que definía como una guerra obligatoria para proteger la seguridad nacional. En resumen, en algo que lo mismo era su planteamiento de campaña que una de sus más duras críticas al entonces presidente Bush, la guerra en Irak había estado basada en falsas premisas (el supuesto apoyo de Hussein al terrorismo y su igualmente inexistente arsenal de armas de destrucción masiva), además de que sirvió para distraer la atención y recursos necesarios para combatir en donde SÍ estaban en juego intereses vitales de EU.
Un año más tarde, Obama ha anunciado decisiones, incluyendo el envío de 30 mil soldados adicionales a Afganistán, que impactarán el futuro y la duración de su presidencia así como el papel que juega EU en el mundo. De alguna manera el discurso que pronunció Obama la semana pasada es uno de replanteamientos y reconsideraciones. En él, intenta dar nuevo rumbo a una política exterior que en los últimos años había estado marcada por el maniqueísmo heredado de los tiempos de la Guerra Fría. De ese mundo de buenos y malos EU pasó a encontrar a los villanos sustitutos en el fundamentalismo islámico, al que nunca se definió bien y cuyo supuesto paraguas abarcaba demasiado, con lo cual rápidamente Washington se ganó la enemistad o al menos la suspicacia de buena parte del mundo musulmán.
Hay muchas cosas que no están claras en la estrategia en Afganistán, empezando por cosas tan básicas como la de quién es el enemigo (¿el Talibán? ¿Al Quaeda? ¿El fundamentalismo?) O la de cómo se define la victoria (¿fortaleciendo al corrupto régimen del presidente afgano? ¿Exterminando a los talibanes? ¿Expulsando a los terroristas islámicos?) ¿Se busca reconstituir al Estado afgano o sólo darle la fuerza para sobrevivir y mantener distraído al enemigo?
Hasta ahora, la presidencia de Obama se ha basado más en el valor de las palabras que en los hechos, lo cual es comprensible en una gestión que no llega aun a su primer aniversario. Hay quienes piensan que por sí mismo el cambio en el discurso de Obama lo puede hacer acreedor a un Premio Nobel. Lo cierto es que en la vida pública lo único que trasciende es la acción, no la intención. Si quiere ser recordado más allá de sus primeros cuatro años y de sus encendidos e inspiradores recursos oratorios, necesita resultados, y como en materia económica éstos tardarán, y la reforma de salud tampoco se notará de inmediato sea cual sea su desenlace, sólo le queda por el momento el recurso afgano. Curioso, paradójico, que un hombre tan alejado del cínico uso de la fuerza militar tenga ahora que depender de ella para salvar su propio proyecto político y de nación.
gguerra@gcya.net www.twitter.com/gguerrac
Discussion about this post