Bajo la promoción de la UNESCO, desde 1998 se celebra el 23 de abril el Día Internacional del Libro. Se trata de un día simbólico para la literatura mundial, ya que ese día, en 1616, fallecieron el inglés Shakespeare y el español Miguel de Cervantes Saavedra. Con tal motivo, ofrezco esta nota periodística en fecha tan significativa para la cultura.
Por José Luis Esquivel / Enviado de HORA CERO
París, Fra.-
París concentra una vieja y poderosa nostalgia cultural. Buena parte de nuestro imaginario a ese respecto se labró mediante influencias francesas. A fines del siglo XIX no había mexicano (inclusive los pobres en sus sueños) que no deseara viajar a Francia, pues su arte era el atractivo sinigual y su Torre Eiffel en su ciudad capital empezaba a ser el hechizo por excelencia. El destierro de Porfirio Díaz lo llevó inclusive a ser enterrado en el cementerio de Montparnasse y a él se debe que la arquitectura del país galo se retratara en el paisaje del centro de México. Igualmente, no pocos nos cultivamos leyendo a los filósofos y escritores franceses de fama mundial. Es más, hay jóvenes que aun hoy anhelan conocer el Barrio Latino por muchas razones, pero sobre todo al enterarse cómo Gabriel García Márquez se refugió en 1955 en un hotelucho de aquí para dar salida a su fértil inspiración y vivir con el deseo de saludar a Ernest Hemingway cuando lo veía cruzar las calles. Otros se posesionan de lo que Guadalupe Loaeza describe en su libro “Siempre estará París” o de la anécdota que sostiene que el poeta César Vallejo anticipó su muerte aquí.
Por lo mismo, a todos los pesimistas culturales que temen el fin del libro impreso, les recomiendo venir a París y visitar “Shakespeare and Company” para respirar el aroma de miles de obras literarias colocadas en bellos estantes. El paseo les servirá, obviamente, como estímulo anímico al comprobar que, mientras haya espacios como éste y otros en el mundo, es muy promisorio el futuro que nos espera a los amantes de los textos de papel y tinta que siguen siendo de lo más atractivos en el mercado de los bibliófilos.
Una ciudad como París tenía que ser la cuna de este establecimiento que es a la vez librería y biblioteca. No podía ser de otra forma, pues en la capital francesa se respira arte constantemente: sus monumentos y plazas (no solo la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo), la música en sus calles, sus cines, sus museos. También lucen su limpieza bellos kioscos repletos de periódicos, revistas y, por supuesto, de libros. Pero lo sobresaliente de “Shakespeare and Company” es su lucha contra el tiempo desde que la fundó Sylvia Beach en noviembre de 1919, en una dirección cercana a la actual donde permaneció hasta 1941 cuando Francia fue ocupada por las ptencias del eje durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy su prosperidad es admirable gracias a los ríos de clientes de todo tipo e idioma que llega con los euros en la mano en busca del libro preferido, e inclusive abundan los turistas de cualquier parte del planeta que han convertido este sitio en un hito de sus recorridos.
Su otro dueño, el norteamericano George Whitman (murió en 2011, a los 98 años de edad) fue un hombre muy interesante, que trajo a París libros de todos los viajes que realizó alrededor del mundo, y en 1951 fundó otra librería anglosajona bajo el nombre de « Le Mistral ». Al igual que su predecesora, la tienda se convirtió en uno de los centros de la cultura literaria. Cuando Sylvia Beach murió, el nombre fue cambiado por el de “Shakespeare and Company”. Su hija Sylvia Withman es la que se ocupa hoy del establecimiento.
Esta librería-biblioteca, para mejores señas, está ubicada cerca de la famosa plaza Saint Michel, a dos pasos de la orilla izquierda del Río Sena y de la Catedral de Notre Dame, hoy en reparación tras el incendio que por poco convierte en cenizas este emblemático monumento histórico. ¿Cómo no ser atrapado por su encanto que es referencia obligada de a 37 Rue de la Bucherie de París? Hay una sección con absoluta comodidad para sentarte a leer el día entero. Los sitios web y wikipedia le han hecho fama, igualmente, al primer piso del edificio que es un refugio especial para los viajeros, conocidos como “tumbleweeds”, que son albergados ahí a cambio de algunas horas de trabajo en la librería cada día. El piso bajo dispone de un “wishing well”, o pozo de los deseos al que los visitantes suelen arrojar monedas. Y, por si eso fuera poco, en 2015 se instaló a un lado de este rincón cultural un café con el mismo nombre, donde paran los visitantes a acompañar su comida orgánica y vegetariana con una sabrosa plática.
UNA HISTORIA PARA CONTARSE
Escucho la plática de los que saben la historia de este centro de cultura literaria y cierro los ojos para ver en la imaginación cómo la señora Sylvia Beach fue la primera en publicar la famosa novela de James Joyce “Ulises”, en 1922, y que luego sería censurada en Inglaterra y Estados Unidos. Y no deja de sorprenderme que en esos mismos países se prohibió “El amante de Lady Chatterley”, de D. H. Lawrence, y los clientes lo conseguían en “Shakespeare and Company”. Pero también se me aparecen visitando esta vieja librería los autores famosos pertenecientes a la llamada Generación Perdida, tales como el propio James Joyce, además de Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y, por supuesto no podía faltar, Ernest Hemingway, quien menciona continuamente este espacio en su obra autobiográfica “París era una fiesta” (“A Moveable Feast”), publicada póstumamente en 1964. Y no salgo de mi asombro al descubrir en la década de 1950 a muchos escritores de la generación beat como Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Gregory Corso y William Burroughhs que se alojaban allí.
Increíblemnente están registrados los gustos por la lectura de Simone de Beauvoir, Jacques Lacan o Walter Benjamin, entre otros, por haber acudido al local a solicitar préstamos de libros. Y tomo muy en cuenta cómo este íncono cultural aparece en numerosas películas y series como la de Woody Allen “Midnight in Paris” (2011)