Washington, E.U.-
El suplicio que sufrió el martes el condenado a muerte Clayton Locket durante una ejecución defectuosa que le reventó una de las venas y lo convirtió en un manojo de espasmos y gemidos durante más de media hora, reabrió el debate en Estados Unidos sobre la pena de muerte.
El espectáculo, que obligó al director de la prisión de Oklahoma a ordenar el cierre de las persianas que separaban al ejecutado de los testigos, dio nuevos bríos a quienes defienden la abolición de la pena capital y a quienes insisten en la necesidad de recurrir a métodos menos crueles.
El sufrimiento del prisionero, quien murió 43 minutos después de un ataque masivo al corazón, tras un doloroso proceso de inyecciones letales, obligó a la gobernadora del estado de Oklahoma, Mary Fallin, a ordenar una investigación exhaustiva y a decretar una moratoria de 14 días antes de proseguir con el calendario de ejecuciones de otros prisioneros que aguardan su turno en el corredor de la muerte en ese estado.
Aunque analistas coinciden en señalar que el ejecutado, Clayton Lockett, cometió en 1999 un terrible crimen al violar y disparar contra una mujer de 19 años y contemplar como dos de sus compinches la sepultaban aún con vida, el sufrimiento que experimentó durante su ejecución ha dado argumentos a quienes insisten en la necesidad de revisar el protocolo de las inyecciones letales, que han sido puestas en entredicho por organizaciones como Amnistía Internacional.
Los abogados de Clayton Lockett denunciaron la ejecución como “un acto de tortura” y amenazaron con una demanda por “excesiva crueldad” que prohíbe la octava enmienda de la Constitución.
Desde que se suministró la primera inyección letal durante la ejecución de una pena de muerte en diciembre de 1982, poco más de mil prisioneros han sido ultimados bajo un protocolo que aún se considera experimental y que ha dejado numerosos casos de muertes caracterizadas por dolor extremo, espasmos por asfixia, tejidos dañados por sustancias químicas y restos de agujas intravenosas.
La crueldad durante estas ejecuciones y la creciente oposición a la pena de muerte han obligado a numerosos laboratorios a suspender la manufactura o a restringir ciertas drogas, ante la amenaza de boicot de varios gobiernos europeos. Por ello, los responsables de las cárceles han echado mano de otro tipo de drogas, algunas de ellas en extremo dañinas.
Actualmente, poco más de tres mil sentenciados a la pena de muerte en EU —casi 50 de origen mexicano—, aguardan su turno en distintas cárceles. De los 50 estados de la Unión Americana, 32 siguen aplicando la pena de muerte y 18 la han abolido. Aunque el respaldo a la pena capital ha perdido adeptos en los últimos 30 años, un 55% la sigue apoyando. Este respaldo es, sin embargo, el más bajo desde 1970.
Estudiosos y especialistas recuerdan que, independientemente de la gravedad del crimen perpetrado por el sentenciado a muerte, la Constitución de EU obliga a las autoridades a respetar los derechos humanos del ejecutado. “Tras más de un siglo de intentos, todavía no hemos logrado encontrar una forma de ejecución que no vulnere nuestros más importantes compromisos morales y constitucionales”, consideró Austin Sarat, especialista en jurisprudencia del Amherst College.
Discussion about this post