Washington, D.C. / Junio 7.-
La crisis por el derrame de petróleo en el Golfo de México parece estar teniendo sobre el presidente Barack Obama el impacto que sus rivales políticos en el Congreso han buscado con afán desde el inicio de su administración.
El incidente domina el abanico de retos domésticos e internacionales que han puesto nuevamente a prueba la capacidad de respuesta de Obama, para quien las últimas semanas parecen ser las más difíciles y complicadas de su administración.
La emergencia por el derrame, tras la explosión el pasado 20 de abril de la plataforma Deepwater Horizon en el Golfo de México, forzó incluso al mandatario a cancelar por segunda ocasión un viaje por Australia, Indonesia y Guam programado originalmente para marzo pasado.
La decisión pareció responder entre otros cálculos a la necesidad de dejar de lado cualquier semejanza con Katrina, en torno a lo cual la Casa Blanca ha rechazado con vehemencia paralelismo alguno.
Sin embargo, el mandatario y su equipo han errado el cálculo.
En su segunda visita a Louisiana, Obama dio lugar a críticas por limitar su contactos con funcionarios regionales y no reunirse con los pescadores, el sector más afectado por el derrame.
Durante la última visita se buscó enmendar esa falla pero también responder a la creciente impaciencia sobre la actuación del gobierno, que se ha resistido a asumir el control total de los trabajos para taponar el pozo explotado por la empresa British Petroleum (BP).
Un sondeo de la cadena de noticias CBS dado a conocer el viernes mostró que un 63 por ciento de los estadunidenses creen que el gobierno debería hacer más para responder a la emergencia.
De acuerdo con la misma encuesta, 28 por ciento consideran que la administración Obama está haciendo todo lo que puede.
Aún la actitud “no drama Obama” con que se ha descrito el personal estilo pragmático del mandatario ha sido cuestionada por quienes estiman que debería mostrar más emoción.
“Me gustaría pasar más tiempo desfogándome y gritando a la gente, pero ese no es el trabajo para el que fui contratado. Mi trabajo es resolver este problema”, insistió Obama el jueves en una entrevista con la cadena CNN.
Mas allá de lo que es ya una catástrofe ecológica de proporciones inimaginables y que podría tornarse económica, la atención de Obama ha sido forzada también al exterior.
El mortal asalto israelí contra una flotilla de ayuda humanitaria para la Franja de Gaza ha colocado al gobierno estadunidense en una difícil encrucijada frente al mundo islámico, con el que Obama ha buscado forjar una nueva relación.
Antes, el agravamiento de las tensiones en la península coreana forzó a Obama a entrar de lleno a la crisis como aliado de Corea del Sur, avivando un frente que había permanecido adormecido este año.
Todo esto sin contar los frentes de Irak y Afganistán, la alerta derivada de la crisis financiera en Europa y la latente amenaza del terrorismo doméstico, como lo evidenció el fallido atentado en Times Square.
A este rosario se han sumado además los dos casos que han dejado ver la mano de la Casa Blanca tratando de influenciar en las primarias demócratas, si bien hasta ahora parece no haber habido actos ilegales de por medio en ambas instancias.
“No se necesita buscar el significado de fenómenos meteorológicos para concluir que el presidente y su equipo han sido literalmente empapados por eventos fuera de su control”, escribió día atrás el columnista del diario The Washington Post Dana Milbank.
Milbank indicó que si bien en la mayoría de los casos Obama o su administración no aparecían como la causa detrás de estas crisis, el consuelo para el mandatario es mínimo a partir de que “han venido a debilitar su presidencia”, como en el caso del derrame.
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