Washington, E.U.-
La victoria de Donald Trump en las elecciones de 2024 no solo subraya su influencia política, sino también su capacidad para expandir los límites de lo impensable a lo radical, el rango de ideas aceptables en el debate público.
A diferencia de otros políticos Trump ha logrado ampliar sus fronteras mediante una conexión emocional profunda con sus seguidores, quienes ven sus ideales como un reflejo de su propia identidad.
Ocasionando un fanatismo y nacionalismo, dejando la imagen de político de lado para volverse un mesías.
Trump ha llevado el fenómeno de la celebrificación política un paso más allá. No solo actúa como una figura de celebridad, sino que convierte a sus votantes en fanáticos.
Estos seguidores no se comportan únicamente como electores; se identifican profundamente con sus posturas, adaptando y defendiendo ideas que en otro contexto serían inaceptables.
Esta estrategia, que Trump ejecuta al estilo de las celebridades, incluye una narrativa de exclusión que apela a quienes se sienten traicionados por el sistema.
Al presentarse como un outsider, desafía el status quo y rechaza lo “políticamente correcto”. Su discurso se apoya en tres pilares fundamentales:
Narrativa de Exclusión: Trump estructura una batalla entre “los buenos” (él mismo, sus aliados y simpatizantes) contra “los malos” (opositores, demócratas y el sistema político establecido).
Autenticidad de Personaje: Se presenta como alguien honesto y directo, alguien que “dice lo que piensa” y actúa sin los filtros de la política tradicional.
Desconfianza en el Sistema: Trump fortalece la creencia de sus seguidores en que solo él puede “arreglar” el sistema, atrayendo a quienes sienten que el gobierno los ha olvidado.
A través de esta estrategia, Trump ha generado un espacio donde ideas radicales son defendidas abiertamente, incluso por personas que previamente no se identificaban con posturas extremas.
Esto conduce a una polarización en Estados Unidos, debilitando la democracia y radicalizando las diferencias ideológicas. En lugar de debatir, los seguidores se enfocan en reafirmar su lealtad hacia él, lo que disuelve la alteridad e instala una devoción identitaria.
Los resultados de esta devoción son visibles: los fanáticos de Trump muestran su lealtad mediante símbolos de apoyo, desde gorras y ropa hasta máscaras y banderas, además de adaptarse a un nacionalismo drástico.
Así, Trump ha cambiado el rol de sus votantes de meros electores a seguidores leales, quienes lo ven no solo como político, sino como una figura en la que depositan sus aspiraciones y frustraciones.
La nueva política de Trump redefine lo aceptable en el debate público y proyecta un futuro de polarización y división, donde la democracia se enfrenta a la constante tensión de una lealtad que trasciende la política y se convierte en identidad.