Ciudad del Vaticano / Abril 27.-
La visita de Juan Pablo II en 1990 marcó la vida de dos jóvenes originarios de Cerritos, San Luis Potosí, ya que desde su visita a San Juan de los Lagos en 1990, ha sido una presencia constante en su vida, sobre todo en los momentos más difíciles.
Y es que siendo dos jóvenes con mucha fe, integrantes del Movimiento Familiar Cristiano, Catalina Sánchez Azúa y Horacio Ramírez Uresti, se enamoraron cuando viajaron desde Cerritos, hasta San Juan de los Lagos, para poder conocer al Papa, sin saber que sería ahí donde se enamorarían.
Se convirtió en una historia, que llevó al matrimonio de Catalina y Horacio, quienes se casaron el 2 de enero de 1993, aumentando su familia, con la llegada de dos hijos.
El matrimonio, que como todos, tuvo altas y bajas, aunque siempre manteniendo la fe, sobre todo en alguien que marcó sus vidas, como Juan Pablo II, a quien siempre siguieron de cerca, sobre todo después de su muerte en 2005, ya que decidieron encomendarse a esta figura tan importante para los mexicanos.
Sin embargo, durante el 2010, enfrentarían uno de los retos más importantes, pues Catalina enfermó gravemente, fue el cáncer el que invadió su cuerpo de manera agresiva y el que le dejaba pocas esperanzas de vida.
El pasado mes de septiembre se agravó su estado de salud, quedando pocas posibilidades de vida, según lo dicho por los propios médicos, quienes pronosticaban que la luz de Catalina se extinguiría en poco tiempo.
Fue una noticia devastadora para Horacio, quien no se despegaba de la cama de hospital en la que se encontraba su esposa, esa mujer que le había dado dos hijos, a la que amaba enormemente y por la que rezaba diariamente para que recuperara su salud.
Los rezos, si bien eran para todos los santos que pudieran hacerle el milagro de regresarle a su mujer, tenían dedicatoria a alguien en especial, su nombre: Juan Pablo II, ya que siempre estuvo presente en la vida de la familia Rodríguez Sánchez y esperaban que ahora que mas los necesitaban, no los abandonara.
La señal llegó, un día luego de que un familiar acudió al hospital por Horacio, “vámonos, para que descanses, te hace falta” le dijo, a lo cual accedió mas a fuerzas que de ganas, pero al llegar a la habitación en donde descansaría, lo primero que vio fue una imagen de Su Santidad, lo que fue un indicio de que estaba con ellos y no los abandonaría.
La recuperación de Catalina, después de días críticos por su enfermedad, en los que la tristeza se hacía presente en toda la familia, quienes poco a poco perdían la esperanza, fue increíble y logró regresar a casa.
Hoy en día para Catalina, si bien el cáncer no ha desaparecido de su cuerpo, si le ha dado una tregua, que le permite estar cerca de su esposo y de sus hijos, disfrutar de la vida y sobre todo, continuar con esa fe inquebrantable en un hombre como Juan Pablo II.
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