México, D.F.-
En estas fechas, los tamales son el platillo más socorrido en todo el país por el festejo del Día de la Candelaria.
En la capital no es diferente, en cada esquina de la ciudad de México hay puestos que venden los más tradicionales hechos de rajas, de verde, mole y de dulce.
Andrés Guzmán Francisco es un tamalero a quien hace tres meses se le derrumbó su casa, ubicada en la colonia Guerrero; su esposa enfermó y tuvo que sacar a sus cinco hijos de la escuela.
Lo han encarcelado en varias ocasiones por vender comida en la calle; sin embargo, sigue adelante con la esperanza de que su suerte cambie pronto.
Mientras tanto, seguirá vendiendo tamales, levantándose a las 4:00 de la mañana para preparar los ingredientes, darle “una cuota” a su líder, cuidar a su esposa y educar a sus hijos.
En estos días su puesto, que está sobre Arcos de Belén, está abarrotado; cuando llega gente a pedirle un tamal, sus ojos brillan, su voz se agrava y con un tono amable pregunta de qué sabor va a despachar; en esos segundos sus problemas se tornan borrosos, en silencio se encomienda a Dios para que la venta sea redituable.
Con el rostro desencajado, Andrés cuenta que su vida cambió desde que perdió su hogar, asegura que lo único que le queda es este espacio para vender tamales.
En noviembre pasado su casa se vino abajo, al inicio pensaban que las lluvias atípicas reblandecieron la tierra; sin embargo, después de una investigación, la Secretaría de Protección Civil determinó que el derrumbe había sido provocado.
Él y su familia no recibieron ningún tipo de apoyo de las autoridades, recuerda.
– Acomodo
Se fueron a vivir a Iztapalapa y cómo se ausentó de sus labores 15 días por la mudanza, la señora para la que trabaja le quitó un puesto del cual era el encargado.
El oriente de la ciudad no fue una opción para vivir, en las mañanas pedaleaba una hora y media para llegar a Arcos de Belén; se cambió a la delegación Coyoacán.
Pero tampoco fue viable, ahora él y su familia regresaron a la zona central de la ciudad de México; viven en un edificio que fue expropiado por el Gobierno capitalino y sus inquilinos esperan a que el Instituto de Vivienda del DF (Invi-DF) regularice los departamentos.
“Yo sigo trabajando, mis hijos se descontrolaron un poco por no ir a la escuela, por lo mismo que hemos estado dando vueltas, pero acá sigo echándole ganas; tenemos que pensar en Dios y él nos puede ayudar; y sí, ya me estoy recuperando, pero debo un dinero que no puedo terminar de pagar, por lo mismo de los operativos”.
Señala que desde hace dos años las guardias de la policía capitalina se han convertido en un obstáculo para vender. Aún así consiguió de que lo dejaran trabajar de las 7:00 a las 11:00 horas a cambio de otra “cuota”, independiente de los 150 pesos que le da al líder de comerciantes cada semana por el espacio de banqueta que ocupa.
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