México, D.F.-
Elisa Carrillo regresó a México y a su recinto cultural más importante para demostrar su técnica y pulcritud con el pas de deux de Giselle, pitorrearse de sí misma y del género clásico con Le Grand, dejar de bailar una pieza, permitir que su mentor brindara un solo, estrenar una obra y cuidarse lo suficiente para no volver a su casa, Alemania, con una lesión. Y todo le fue celebrado sin reservas.
El Palacio de Bellas Artes se rindió a los pies de la primera bailarina del Ballet de la Ópera de Berlín, la mexicana Elisa Carrillo, la noche del lunes, durante la gala “Elisa y Amigos”. Los apasionados de la danza disfrutaron del espectáculo que contó además con la presencia de bailarines de reconocidas compañías, como Bolshoi, Stuttgart y Kiev.
“¡Maravillosa!”, “¡una reina!”, “¡una mexicana de altura!” fueron algunos de los halagos que se escucharon en el recinto durante el intermedio de la gala que duró cerca de tres horas. No había queja alguna para la mexiquense ni para su fiesta, era una noche para compartir el éxito de una bailarina que consiguió convertirse en la primera bailarina del Ballet de la Ópera de Berlín.
Intentar siquiera cuestionar, por ejemplo, la misógina coreografía de Christian Spuck en la que Elisa luce como una torpe bailarina que incluso es arrastrada de los pies por su partner, su marido Mikhail Kaniskin, habría sido simplemente un acto de descortesía; ni mencionar el estreno de “La llorona”, pieza en la que estuvo acompañada de la soprano Gloria de la Cruz y la música en vivo de la agrupación Los Trovadores de Rogelio Gaspar; nostálgica coreografía de Xenia Wiest pero sin el drama que caracteriza la leyenda.
Además, la audiencia mexicana aplaudió sin medida a cada una de las parejas, pero fue Anastasia Matvienko, primera solista del Teatro Mariinski y Denis Matvienko, director de la compañía del Ballet Kiev, quienes se llevaron la noche con la excelsa obra contemporánea “Radio and Juliet”, con música del grupo Radiohead, y con El corsario, pas de deux; ejecuciones que provocaron los gritos de la audiencia.
Así como Dinu Tamazlacaru, del Ballet de la Ópera de Berlín, con la pieza contemporánea Les Bourgeois, cuyos giros en el aire arrancaban todo tipo de exclamaciones de asombro.
A la fiesta de Elisa Carillo llegaron personalidades de la cultura y la danza, como la presidenta del Conaculta, Consuelo Sáizar; la directora de la Compañía Nacional de Danza, Sylvie Reynaud; Carmen Bojórquez, coordinadora Nacional de Danza; José Rivera Moya, director de la Cebra Danza Gay; la coreógrafa Nellie Happee, creadora emérita del Sistema Nacional de Creadores, y Cuauhtémoc Nájera, director de la escuela de Danza de la UNAM, entre otros.
Al final, las flores cayeron sobre el escenario, Elisa Carrillo salió a observar cómo México le aplaudía de pie y le entregaba a gritos un reconocimiento generalizado. Lanzaba besos por doquier, llevaba sus manos al pecho en señal de gratitud, sonreía y le pedía a sus compañeros que la acompañaran al frente.
Kaniskin, primer bailarín de la Ópera de Berlín, fue a recoger un par de ramos del suelo para entregárselos a su esposa, un beso entre ellos selló la noche.
La gala fue para rendir un homenaje a la bailarina y, quizá, una oportunidad para saborear el éxito ajeno.
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