México, D.F.-
Libertad es una palabra que a menudo se oye en la conversación con el fotógrafo Frederick Baldwin, quien expone en el Centro de la Imagen junto con su compañera de carrera Wendy Watriss. Ambos son reconocidos por ser los impulsores, desde 1983, de FotoFest, uno de los mayores encuentros de fotografía en el mundo, y que se realiza en Houston.
“Mirando los Estados Unidos 1957-1986” es la exposición con fotos de ambos artistas, a la que se suma un foro con el mismo nombre, que se lleva a cabo desde este martes en el Centro de la Imagen. Hasta el domingo se verá la exposición.
De visita en México, Baldwin dijo en entrevista que fue la curiosidad por lo que no se conoce y lo que está por aprenderse, la que lo llevó al mundo de la fotografía.
Aficionado a las cámaras Leica -aunque acota que sus precios hoy en día ya son imposibles para un fotógrafo profesional- Baldwin no teoriza acerca de la fotografía. Vincula los hallazgos de sus series con historias, relatos que resultan inevitables no asociar con una confesión temprana en la conversación: quería ser escritor.
En su historia hay múltiples matices: la relación que Baldwin establece con los lugares, las personas, la cultura son el detonante de su obra, más que cualquier formación profesional. La suerte, dice, a menudo ha puesto lo suyo; también ha sido cosa de trabajar mucho. En él, la decisión de mantener la libertad es determinante, como también el tener un sueño, usar la imaginación, el sobrepasar los miedos y, finalmente, actuar.
Esas cuatro cosas las aprendió cuando perseguía a su primer padre imaginario: Pablo Picasso. Su vocación, aunque no se la debe al español, está atada a su terquedad personal por ir a conocer al pintor (quería ser más que un ‘professional killer’ recién llegado de la guerra de Corea), terquedad por ir a esperar a la puerta de su casa en París cuatro días y concluir que sólo si hacía algo realmente ridículo (a la altura de Picasso) iba a llamar la atención de aquél y entonces le escribió en una carta el relato de sus peripecias. Fue así como acabó pasando a su casa y compartió el día con él.
Esa historia lo llevó a la libertad de comprender que podía abrazar sueños, hacer lo que quería. De la mano de esa actitud nacieron algunas de las series de fotografías que ahora muestra en México, como las de una insólita caravana de integrantes del Ku Klux Klan, en Georgia, en los años 50; cuando hizo esas fotos volvió a vencer sus miedos, esta vez bajo el influjo de otros de sus padres imaginarios: Henri Cartier Bresson y Robert Capa.
Otra serie es la de retratos del movimiento de derechos civiles que fotografió como voluntario entre 1963-64; aparecen, por ejemplo, momentos en la vida de Luther King.
Las imágenes de Baldwin en estos momentos y otros, en busca del mundo rural de Estados Unidos, combinan lo cotidiano con lo histórico, pues muchos reflejan esas sutiles realidades que hay atrás de los grandes episodios o personajes. “Siempre hay personas atrás, siempre está lo humano, y hay que buscar contacto con ello”.
Si se trata de explicar el origen de esa caravana del KKK aclara que hay imágenes que muestran cosas terribles que aquellos hicieron, pero también que se trata de gente llena de odio y miedo, mucha gente pobre cuya diferencia con los afroamericanos era tan sólo el color de piel.
El fotógrafo, quien publicó sus series en medios como Audubon, VIDA, National Geographic, GEO, la cámara (Suiza), Esquire, Sports Illustrated, Time Life Books, Smithsonian Magazine, Newsweek y The New York Times, defiende la necesidad de adaptarse para comprender otra cultura, buscar las cosas comunes entre personas, las conexiones.
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