Atlanta, E.U. / Febrero 10.-
Es el éxodo hacia el “Georgia Dome”. La tranquilidad que suele caracterizar a sus avenidas aledañas se transforma en un interminable mosaico verde, salpicado con tintes amarillos y azules.
La nueva época que inicia la Selección Mexicana encuentra en los paisanos a sus más arraigados feligreses. No importa si se llega en transporte público o si se manejó durante varias horas, mucho menos el alto costo de las entradas. Nadie desea perderse el debut de José Manuel de la Torre en una noche que se antoja para el festejo.
Eduardo Gómez y sus amigos decidieron aventurarse, “porque nuestro equipo casi nunca juega cerca de donde vivimos”. Desde hace ocho años, radica en un poblado cercano a Miami, así es que trasladarse hasta Atlanta no les parece demasiado.
Mucho menos los 480 dólares que desembolsaron para los cuatro boletos que adquirieron. La suma se incrementa con la gasolina, los alimentos, las cervezas y los 300 billetes verdes que pagaron al mariachi que contrataron en uno de los varios restaurantes de comida mexicana que hay en la ciudad.
“La Selección lo vale. Esperemos que el “Chepo” sí lo haga bien y no salga con las tarugadas de los anteriores”, comparte Eduardo, originario de Jalisco. “Ya es hora de que realmente consigamos algo bueno en el Mundial”.
Los acordes de “El Rey” le ponen calor a la gélida noche. La fiesta sube de tono cuando se interpreta “El Son de la Negra”. Entonces sí, comienza el baile y algunas lágrimas aparecen irremediablemente ante el recuerdo de la tierra querida, de la familia.
Su idea roba cámara a la de una empresa refresquera, que decidió traer una réplica del Ángel de la Independencia, la cual pasa desapercibida en un salón del Centro de Convenciones de Atlanta a un costado del inmueble donde Eduardo y sus amigos armaron la fiesta.
Ni siquiera las rifas logran atraer la atención de la gente. Fracaso rotundo de lo que debía ser un éxito mercadológico según los organizadores.
Inmejorable muestra de que la chispa espontánea del mexicano es suficiente para dar luz a la noche.
Los balcánicos también hacen lo suyo. La guerra separatista en Yugoslavia provocó que muchos huyeran. Encontraron la paz que buscaban en la costa este de Estados Unidos.
Algunos, los más radicales, buscan pleito en la explanada del domo y hasta en algunos vagones del metro. No tienen respuesta. Los mexicanos vienen a divertirse y gozar con su Selección, además de que saben que meterse en problemas puede costarles muy caro. Su condición de ilegales los obliga a manejarse con bajo perfil, con tranquilidad. Por si las dudas, policías vigilan atentos, preparados por si tienen que intervenir. No es el caso.
Lo único que importa a los paisanos es volver a demostrar el orgullo que les da ser mexicanos. El sentimiento queda de manifiesto en las tribunas, sobre todo cuando se escucha el Himno Nacional y en el momento en que se da a conocer la primera alineación en la era del “Chepo”.
El nombre de Javier Hernández es el más aplaudido, desata la locura colectiva. Es el chico bueno de la película, cuyas primeras escenas son grabadas en un estadio que no se llenó, aunque sí asistieron más de 40 mil aficionados, la mayoría con playeras verdes.
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